Cada profesión u oficio tiene un conjunto de palabras que permiten la comunicación que solo es compartida por los que lo desempeñan, lo cual no tiene nada de cuestionable. Es a lo que se denomina jerga, que no es otra cosa que una forma de habla utilizada por grupos delimitados de la sociedad: estudiantes, militares, médicos, abogados, comerciantes, ingenieros, educadores, periodistas, etc.
Eso, de buenas a primeras, no tendría nada de malo, pues es un recurso lingüístico con el que los que ejercen cierta y determinada profesión podrán comunicarse de manera eficaz entre ellos. Por otro lado, les permite hablar sin el riesgo de que lo que ellos expresen no sea entendido por el común de los hablantes, si esa fuese la intención.
Lo cuestionable sería que, por vanidad, frivolidad, altivez u otra actitud, cualquier profesional pretenda que alguien que no sea de su gremio, capte sin ninguna dificultad.
En el caso de los médicos de hoy sucede casi a diario, cuando les toca escribir indicaciones o récipes. Apelan a términos y expresiones que son propios de su profesión, y que por tal motivo, nadie que no sea médico podrá saber de qué se trata. Así sucede en otras áreas, pues al parecer la intención es demostrar que ellos sí manejan con gran facilidad la terminología de su profesión. ¡No debe ser así!
En el periodismo, que es la profesión que ejerzo, también existe una jerga, con términos propios, surgidos del día a día, y otros adoptados, como el caso de plantón, que proviene de la jerga militar. Sobre esto del conjunto de palabras y expresiones periodísticas no voy a ahondar, dado que, por lo menos en Venezuela, cualquier diarista las conoce. Solo hablé de ello a manera introductoria.
En lo que sí voy a insistir es en señalar una mala costumbre que se ha arraigado en el vocabulario de redactores, reporteros y demás integrantes de la tribus periodística, sin que nadie se haya tomado la bondad de hacerles la observación. Trataré de ser lo más explícito posible, con el deseo de que los que asimilen la enseñanza, puedan convertirse en multiplicadores, para que esa impropiedad desaparezca. ¡Créanme que no es difícil!
Les aclaro (por si acaso) que la palabra tribus no la he empleado con intención peyorativa, sino en alusión a grupo social, que es lo que conforman los que desempeñan el noble oficio del periodismo.
No sé si en otros países de habla hispana ocurra algo similar; pero en Venezuela sucede a diario. Basta con encender la televisión para oír que los denominados anclas de los espacios informativos, al presentar los títulos de notas que serán leídas, utilizan expresiones como por ejemplo: «Les presentaremos las noticias ocurridas durante las más recientes veinticuatro horas». Cualquier persona podría preguntar qué tiene de malo esa frase.
Desde el punto de vista gramatical, la frase mostrada no tiene nada de cuestionable; pero en lo semántico hay algo que todo aquel que se precie de ser periodista debe tomar en cuenta para evitar esa impropiedad. ¿Por qué? ¡Porque las noticias no ocurren; ocurren los hechos que pudieran generar noticia!
Y digo pudieran, porque no toda información, en el ámbito periodístico, es noticia. Aquí entra en juego el hecho de que «si un perro muerde a un humano, a no ser que sea una celebridad, eso no sería noticia. La noticia sería que ese humano mordiera al perro», y eso casi nunca se ve, por lo menos en la vida real.
En el periodismo, sea cual fuere el área, existe una considerable cantidad de vicios, que conviene conocer para que los comunicadores sociales puedan evitarlos. De muchos de ellos he habado en este trabajo de divulgación periodística, y para mi satisfacción, muchos redactores han disipado sus dudas y se han deslastrado de ellos. Hablo de mi satisfacción, dado que eso es una demostración de que esta dedicación no ha sido en vano.
El de hoy es un artículo corto, sencillo, que no da para más. Y pretender alargarlo no sería lo prudente, pues se corre el riesgo de redundar, de crear confusión, y esa no es mi intención. Espero que esta entrega surta los frutos deseados.