A pesar de la intensidad con la que algunos historiadores abordan la historia de la literatura española de la primera mitad del siglo XX, se quedan cortos cuando analizan la que se escribió durante la guerra civil, que queda siempre despachada en unas pocas páginas.
Para suplir esta laguna resulta muy oportuna la obra de Andrés Trapiello “Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939)”, que reedita nuevamente la editorial Destino a los veinticinco años de su primera publicación (hay otras dos ediciones posteriores, de 2002 y 2010, lo cual demuestra el interés que sigue despertando el tema).
Se trata de uno de los libros más completos sobre los autores y las obras de los años de la contienda. Y también más críticos con los escritores de uno y otro bando.
Editado con exquisito cuidado e ilustrado con cientos de fotografías de la época, algunas inéditas y otras poco conocidas, “Las armas y las letras” aborda con valentía la literatura escrita durante los años 1936 al 39 y también la obra posterior publicada como consecuencia del enfrentamiento.
La tesis que se manifiesta a lo largo de este ensayo y a través de su literatura, es la de que aquella no fue una guerra entre dos Españas sino la determinación de dos Españas minoritarias (la fascista por una parte y la anarquista, comunista y socialista radical por otra) para acabar con la mayoritaria tercera España, en la que estaban gentes de toda clase, condición e ideología.
Uno de los objetivos que persigue este ensayo, al borde a veces de la provocación, es el de poner en su sitio a algunos de los escritores de los que se tienen escasas informaciones sobre su actitud en la guerra y ante los conflictos generados en sus respectivos entornos (es verdad que a veces descontextualizada o fuera de lugar).
Así, Trapiello lleva a cabo una implacable labor crítica sobre algunos de estos escritores: sobre Ramón Gómez de la Serna revelando una carta que éste dirigió desde su exilio a Giménez Caballero en la que mostraba su adhesión a los vencedores; sobre la actitud indecisa, cuando no claramente profranquista de Ortega y Pérez de Ayala (cuyos hijos servían en el ejército de Franco), sobre Azorín y Pío Baroja (¡qué mal hemos quedado los del 98!, ha llegado a decir el escritor vasco), sobre la trayectoria de José Bergamín, sobre el falangismo inicial de Blas de Otero, el transfuguismo de Torrente Ballester del galleguismo al falangismo, y los de Marañón y Benavente del republicanismo al franquismo; sobre los elogios de Jorge Guillén a Queipo de Llano en Sevilla, los poemas franquistas de Gerardo Diego, los versos de Celso Emilio Ferreiro a la Covadonga liberada por Franco…
Trapiello airea imágenes como la de una María Zambrano con pistola al cinto solicitando la adhesión de Ortega al bando republicano, la de la huida al extranjero de Alejandro Casona en un baúl de una compañía que representaba una de sus obras de teatro, la de Pedro Luis de Gálvez, al que la leyenda describe paseando su figura con el cadáver de un niño muerto (y su intercesión para salvar la vida al portero Ricardo Zamora)… y aborda con extensión el caso de Manuel Machado, a quien el comienzo de la guerra sorprendió en Burgos: ¿de ahí su adhesión a los rebeldes?
(¿Por qué razón este poeta, que había sido y era una persona de talante liberal, amante de las libertades y hombre de letras, prestaba su voz a unos militares que negaban casi todo aquello por lo que él había luchado?.. Hay muchas respuestas… el miedo es una de ellas).
Frente a ellos, Trapiello destaca las actitudes insobornables de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado (a pesar del poema a Líster, uno de cuyos versos encabeza esta reseña), de Rafael Dieste y Miguel Hernández y de otros menos conocidos como Moreno Villa (de quien destaca su autobiografía “Vida en claro”), Chaves Nogales (“A sangre y fuego”, 1937) o Carlos Morla (a quien Lorca dedicó “Poeta en Nueva York”) del que Trapiello califica su “España sufre” como el documento más importante del Madrid en guerra.
Ciertamente, gran parte de lo que se publicó durante la guerra (2400 libros en la zona republicana y 1250 en la nacional) entra dentro de la literatura de agitación y propaganda, aunque se pueden rescatar algunas novelas y poemas de una sorprendente calidad y altura de miras.
Entre las de autores afines a los rebeldes, “Madrid de corte a checa”, de Agustín de Foxá (con Sánchez Mazas y el gallego Eugenio Montes formaba el triunvirato literario de la Falange), a quien salvó de la muerte su amistad con Alberti, Bergamín, Cernuda y Lorca.
Fue esta de Foxá una obra canónica, que sirvió de modelo a otras similares como “Checas de Madrid” de Tomás Borras y “Madridgrado” de Francisco Camba; la novela “Preventorio D”, del falangista Félix Ros, que narra el saqueo de la casa de Juan Ramón Jiménez.
Y entre las obras afines a las fuerzas de la República, las de Max Aub (“Campos”), Joan Sales (“Incierta gloria”), Eduardo de Guzmán, Castro Delgado, Carlos Morla o Mercé Rodoreda, amante de Andreu Nin, el líder del POUM asesinado por los estalinistas a quienes Bergamín defendió en el prólogo de “Espionaje en España”.
Andrés Trapiello critica abiertamente a aquellos autores que, como Camba o Fernández Flórez, tras la guerra publicaron las novelas que el franquismo necesitaba para justificar la represión. Aunque Trapiello es el primero en afirmar que las verdaderas novelas de la guerra civil son las memorias, los diarios, los ensayos y los libros de historia: pasan las armas, pasan las guerras, derrotas y victorias… pero quedan los libros.
Lo primero es agradecer al autor por su titular que me ha rememorado la figura de Enrique Líster, al que tuve la suerte de entrevistar en su concello natal, y hablar del poema que da título al artículo. Estaba orgulloso del mismo como estoy seguro lo estaría Machado. Personalmente no comparto la mención ‘a pesar del poema a Líster’, este poema no es ninguna maldición. Antonio Machado hizo enormes poemas durante la guerra civil, por ejemplo, ‘La muerte del niño herido’.