La historia de Venezuela no es un recuerdo ajado: puede sentirse palpitar en las aulas, escucharse en el patio de recreo, encontrarse en las canchas, experimentarse en los laboratorios, crecer en los huertos, escenificarse en los espacios culturales, volcarse en la comunidad, viajar miles de kilómetros hasta cada uno de los puntos donde en la actualidad vivimos venezolanos y venezolanas… trascender. Por eso hoy la recreo en primera persona del presente.
Soy mujer de cacao y caña. Soy cimarrona de Barlovento, específicamente de Mango de Ocoyta en el estado Miranda de Venezuela. En 1768 huí junto a Guillermo Rivas desde la población de Capaya donde nos tenían esclavizados y fundamos uno de los primeros cumbes (espacios liberados) que existieron en Venezuela: el Cumbe de Ocoyta.
En Ocoyta tuvimos nuestros hijos, cultivamos la tierra, ejercimos nuestra libertad. Estos cumbes eran espacios clandestinos, huraños, donde nos refugiábamos los alzados, la población cimarrona, arrochelada en sus querencias.
En el cumbe volvimos a nuestros orígenes, revitalizamos nuestras costumbres, nuestras creencias y manifestaciones culturales. En Venezuela proliferaron los cumbes en las zonas costeras y algunas partes de los Llanos, por eso hoy en día es allí donde se asienta la mayor cantidad de población afrodescendiente.
Cuando tocó enfrentar al ejército español, me encontraron dispuesta para la lucha. Me apresaron y condujeron maniatada a Caracas. Allí me interrogaron, me torturaron atada a un potro hasta matar mi cuerpo. Mi ejemplo sigue vivo y anda revoltoso por los pueblos velando por la soberanía alimentaria.
A más de 250 años de nuestra lucha, la agenda de las comunidades afrovenezolanas todavía sigue vigente. Exigimos reconocer y desarrollar el tema afro en el currículo del sistema educativo bolivariano; consolidar un sistema de información estadístico de nuestras comunidades; elaborar una ley contra la discriminación racial e incorporar la penalización del racismo y demarcar las tierras cimarronas.