Ricardo Rodríguez: El secreto de Sócrates

Vaya por delante que El secreto de Sócrates del toledano Ricardo Rodríguez es una novela bien escrita, intensa, que resulta atractiva al lector. Una obra para disfrutarse sin prisas.

Víctor Claudín

secreto-socrates-portada Ricardo Rodríguez: El secreto de SócratesNuestra sociedad obliga por lo general a una prosa sintética, urgente. Y si digo que esta es una novela excesiva, alguien pensará: «como es un exceso es mala». No. Esta novela es un exceso en el sentido de riqueza, de vida, sus páginas son un verdadero semillero de pensamientos y de gozos literarios.

Es verdad que estamos ante una novela que no llega a ser redonda porque abre caminos que no cierra, aunque esto no sea negativo en sí mismo. Porque se trata de una novela colosal en la que el autor no ha domeñado  su ambición de contar, que es un requisito imprescindible que conviene atender para no perderse en el objetivo propuesto.

Pero al tiempo es una novela importante, cuya lectura es muy recomendable.

A veces usa una ironía fina, aunque también llegue a darle aire de vodevil o la convierta en una auténtica bufonada grotesca en algunas escenas. Hace pensar, y mucho, y no cabe duda de que ha salido de una cabeza muy bien amueblada. Lenguaje y pensamiento viajan unidos en este relato.

Sócrates es el hijo de Eulogio Medina, el hombre más rico, más poderoso e inmoral de la ciudad. Eulogio tiene una historia divina, la suya y la de su familia. Dice: «La intensa experiencia de mi vida me ha conducido a la conclusión de que la honradez está mucho más extendida entre nuestros semejantes de lo que se piensa… Me refiero, desde luego, a lo que convencionalmente se entiende por honradez, que no es nada más que la coartada con lo que los cobardes justifican sus fracasos».

«Sócrates encarnaba, ante sí mismo, la conciencia exagerada, casi exuberante, y ante todos los demás, la conciencia reprimida». Sócrates es un oscuro funcionario del ayuntamiento de esa ciudad pequeña, que no lo es por méritos, de los que carece, sino por enchufe. Ciudad pequeña porque «sólo las ciudades pequeñas pueden ser la imagen del universo».

«Sócrates despreciaba a su madre; a su padre lo odiaba». «Pero el odio hacia el padre no lo causaba ningún vicio en particular, ni siquiera la suma de todos ellos; era una emanación que le nacía a Sócrates de alguna región inconsciente de su interior, una especie de fiebre que lo ahogaba por el mero hecho de hallarse ante su presencia».

«Lo que interesa aquí, y lo que además justifica nuestra presencia como narradores, es que Sócrates era un ser especial, que lo fue siempre, y no por los acontecimientos que hicieron de él un personaje fugazmente célebre en la televisión, sino por aquello que ni la televisión ni los periódicos llegarían jamás a saber de él».

Sócrates, un tonto, como lo llama Elvira, su mujer. «no es que no le hubiese sucedido nada que hubiese querido, es que quererlo nunca fue la causa de que le sucediera. Se convirtió en novio de Elvira, con quien se casó finalmente, pero no hizo nada por conseguirlo. Fue ella, con la determinación que la caracterizaba, la que hizo cuanto había que hacer. Y él se dejó llevar, o envolver, sin mover un músculo».

Sócrates: un conformista, eso era, un hombre sin carácter. Y su secreto puede ser el secreto de un cretino, o algo así como un gato muerto en las vías del tren cuando el suicidio de su padre.

Como novela coral, las páginas están llenas de personajes marginales, sufrientes, que viven entre desdichas. “En nuestra era casi nadie cumple sus sueños”, dice Ireneo, el profesor de ciencias naturales.

Chito, genial canalla, que encuentra una fórmula ingeniosa y maldita para conseguir dinero. Y que en realidad es el pasado del alcalde, Fulgencio Ventura, que en lugar de subir los impuestos, vende los bienes públicos (aunque esto no los entendamos como ficción).

Elvira, que forma parte de una asociación estudiantil, y que se convierte en la mujer de Sócrates, y su amiga Alejandra. «Lo mejor, se le había ocurrido a Sócrates decirle a Alejandra, es no pensar nada más que en uno mismo; así por lo menos no te arriesgas a cometer las peores atrocidades en nombre de las más meritorias intenciones, que es lo que con frecuencia sucede». También argumenta Alejandra: «El gran problema del mundo es que la mayoría de la gente se busca excusas más o menos enrevesadas para no hacer nada por los demás y no tener remordimientos de conciencia». O personajes que no están, como Inés, que solo juega un importante papel porque está muerta.

La historia nace del encuentro de Sócrates con otro personaje bien singular: Diógenes. Ambos conforman un dúo de locos de la vida. El cinismo de la violencia caracteriza a Diógenes, Sócrates es pura sustancia amorfa. Y es que ambos pretenden una revolución mundial, para la que están destinados a cumplir un papel esencial, aunque no se sepa ni cuándo ni qué papel va a cumplir cada uno. Una revolución simbólica, eso sí. El plan revolucionario se encuentra finalmente con una voz sensata, rebelde, harta, naturalmente populista, la de Roque, el secretario del alcalde, que junto a lo que pasa al final de estas páginas, sea lo que tal vez justifica la historia que nos cuenta Ricardo, si es que a Ricardo le hace falta haber tenido una justificación para hacer esta espléndida novela que hay que leer sin prisas.

El lector lee en busca del secreto de Sócrates que, por cierto, es un pánfilo sin personalidad, aunque vamos descubriendo, más bien tarde, que si que la tiene, a su manera, como cuando hace el discurso en el homenaje a su padre. Y en ese paseo se encuentra a esos personajes, también distintas historias. Y mucho pensamiento. Hay mucha reflexión, y además mucha clarividencia; hasta se reflexiona sobre el sentido y los modos de una canallada.

Tal vez un exceso de filosofía. Una de sus propuestas: «Y aquí residía la vertiente más novedosa del credo de Moslier, su firme convicción que no había que obsesionarse con hacer la revolución, sino comportarse como si la revolución ya estuviera hecha». También recurre a otros pensadores sobradamente conocidos, como Nietzsche, Hegel, Kant, Chauteaubriand por supuesto…

Como dice Diógenes, que es el único que sabe que Sócrates es un filósofo, además de muchas otras citas, esquemas filosóficos, referencias intelectuales: «Un filósofo es un actor, conciencia palpitante que moldea con sus dedos de viento los hechos como si los hechos fueran arcilla. Eso. ¿No ha de disciplinar el espíritu a la materia? Eso, eso es lo que distingue a un filósofo». En otro momento: «Filósofo es quien refleja el sentimiento oculto de la cada época, el espejo de todos sus contemporáneos – afirmó Diógenes con aire de solemnidad».

Pero que nadie se engañe; esto no es un tratado, ni siquiera un ensayo. Es una novela escrita para ser disfrutada.

Ricardo Rodríguez nació en 1968 en Cabezamesada (Toledo) y en la actualidad reside en Leganés. En 2003 publicó el poemario Cucharadas de mar (Huerga &
Fierro Editores), obra por la que ese mismo año obtuvo el Premio de Poesía Villa de Leganés. En 2005 vio la luz su novela «La moral del verdugo» (Ed. Mondadori).

  • Ricardo Rodríguez: El secreto de Sócrates
    Ed. Piel de Zapa,
    Barcelona, 2015;
    448 pags.; 22 €

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