Mis funciones en la nave no se corresponden con la labor científica propiamente dicha, no estoy formado para ello, consisten más bien en la observación del desarrollo de los experimentos y descubrimientos que vamos haciendo y cómo éstos influyen en nuestras vidas y vivencias diarias, no sólo en la nave sino también la repercusión que tienen en la cotidianidad de la Tierra, en nuestras civilizaciones y en las de otros sistemas planetarios.
Somos polvo de estrellas, este enunciado, esta oración, puede formar parte de cualquier poema o de cualquier relato. Y siempre, creo, que cuando se lee emociona, porque nos invita a la melancolía, a la reflexión, a continuar con las eterna preguntas… ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿A dónde iremos cuando ya no estemos?
Muchas religiones creen en la resurrección, en la reencarnación, o en términos parecidos en la transmigración, el renacimiento,… Siempre he sentido una gran frustración ya que no creo en ello, creo que cuando se acaba la vida se acaba todo. Al igual que no era nada antes de nacer nada seré después de morir; quizás un recuerdo en mis seres queridos que perdurará una generación o con suerte en otra más, nada más. Y me resultaba un poco triste, el hecho de haber podido experimentar algo tan maravilloso como la vida, tan excepcional, tan divertido en ocasiones, tan interesante para al final no quedar nada, nada. Qué pena.
Pero resulta que las religiones no iban muy desencaminadas, quizás en la historia de la humanidad siempre se ha intuido esa transcendencia y por eso las creencias en muchos lugares daban cabida a esa otra vida después de la muerte, de la que yo renegaba porque mi mente lógica me lo impedía. Sin embargo, la ciencia vino de nuevo para explicarme qué pasaba con esas vidas perdidas.
Y sí, somos polvo de estrellas y siempre lo seremos. Nuestros organismos están formados de moléculas que son básicamente combinaciones químicas de átomos. Los átomos, ya saben, están compuestos por el núcleo con los protones y neutrones, y los electrones pululando por el exterior, se mantienen unidos por las dos fuerzas nucleares, la débil y la fuerte; se les puede encontrar ordenados por su número atómico, el número de protones, en la Tabla periódica de los elementos.
El átomo más abundante en el universo es el hidrógeno, seguido del helio. A partir del hidrógeno y por reacciones nucleares surgen los demás elementos en el interior de las estrellas, para cuando éstas desaparecen expandir todos esos átomos por el universo que se combinan formando las moléculas que darán toda la materia orgánica e inorgánica que conocemos. Y los seres vivos estamos hechos de esas moléculas.
Y lo más grandioso es que esos átomos de los que estamos hechos no desaparecen, sencillamente van pasando de unos organismos a otros, de unas materias a otras en un carrusel infinito.
En el capítulo 9, página 167 de la edición de bolsillo, de un libro muy interesante titulado «Una breve historia de casi todo» de Bill Bryson publicado en castellano por RBA, en su primera edición en el año 2004 se recoge que «cada uno de los átomos que tú posees es casi seguro que ha pasado por varias estrellas y ha formado parte de millones de organismos en el camino que ha recorrido hasta ser tú. Somos atómicamente tan numerosos y nos reciclamos con tal vigor al morir que, un número significativo de nuestros átomos, probablemente pertenecieron a Shakespeare, Buda, Gengis Kan, Beethoven o de cualquier otro personaje histórico en el que puedas pensar… somos reencarnaciones aunque efímeras. Cuando morimos nuestros átomos se separarán y se irán a buscar nuevos destinos en otros lugares (como parte de una hoja, de otro ser humano o de una gota de rocío…)
Mi hermano Pablo falleció esta semana y fue incinerado la tarde del miércoles, no hallé consuelo en las plegarias que en su memoria se ofrecieron pero, al caer la tarde, si pude consolarme viendo las nubes que venían del sureste pensando que seguramente algunos de sus átomos ya formarían parte de ellas.