Hay adaptaciones de grandes novelas al cine que son un fracaso y hay novelas mediocres que resultan grandes películas.
Miguel Ángel del Arco
Las relaciones entre cine y literatura son tan difíciles como estrechas y seguramente inevitables. En última instancia novela o película precisa de alguien que tenga una idea y que a partir de ella cuente una buena historia, de modo que lo habitual es que un director, un productor o un guionista sospechen que en un libro determinado puede haber una película.
En Cosecha negra se ha operado el proceso contrario, había un guión y alguien pensó que allí podía haber una buena novela, escribe Miguel Ángel del Arco.
Se trata de una práctica poco habitual, seguramente no siempre recomendable, pero en este caso es un hallazgo. Que fue guión antes que novela lo sabemos porque lo han contado los autores, tal vez se pudiera colegir por algunas pistas –ritmo vertiginoso, acción en cada página, trama bien armada, emoción oportunamente dosificada, escenas cortas, personajes presentados en rápidas pinceladas- pero se trata de una novela con todos los predicamentos. Eso sí, saber que antes fue guión puede condicionar la lectura pero solo para confirmar que no va a decaer el interés.
La imaginación y la documentación de Oscar Plasencia armó la trama, la osamenta de esta atractiva historia, y la pluma, el oficio y el dominio del lenguaje de Víctor Claudín le dio carne y paisaje. El resultado es un libro de 254 páginas que atrapa, que inquieta, que indigna, que emociona y que denuncia. Es una historia coral, con varios protagonistas, con relatos paralelos, con historias de amor, de odio y de ambición, con buenos, con ingenuos y con malos muy malos.
El hilo principal lo mueve la peripecia de Amina Hadad Bryson, directora en Senegal de la empresa petrolera Tulsaco Oil Corporation. Un atentado terrorista, que inmediatamente es adjudicado a Al Qaeda, destroza la sede. Ella se salva de manera casual, pero pronto la convierten en sospechosa, entre otras razones por su ascendencia musulmana. Así que es secuestrada, interrogada y torturada tanto por la CIA como por la policía senegalesa que han hecho de ella el chivo expiatorio ideal.
Alrededor del suceso, aparecen con toda su crudeza los intereses de las multinacionales que esquilman los recursos naturales de África –ahora petróleo, ayer diamantes, mañana coltán- siempre a costa del hambre de sus habitantes. Unos intereses que están por encima de los gobiernos, de las leyes, de los derechos humanos, de toda lógica conservacionista, y para los que la vida no vale nada.
Pero junto a la denuncia perfectamente construida y argumentada, con tantos elementos verosímiles que parece sacada de un informe secreto, el hilo de la acción trenza historias llenas de exotismo, servicios secretos, espías, dinero sucio, venganzas, de hoteles caros, de amores, infidelidades y traiciones. Es decir, atraviesa territorios que hacen que esta novela no desmerezca la comparación con algunos de los bestseller internacionales de más éxito. Ignoramos si fue la aspiración de sus autores, pero consciente o inconscientemente han reunido buena parte de los ingredientes que se pueden encontrar en los títulos de Tom Clancy o John Grisham.
Si la aspiración de un escritor es que sus lectores no dejen de leer el libro una vez empezado, aquí se cumple. Si un lector busca en un libro además de entretenimiento, compromiso y una explicación a los males del mundo, aquí lo encuentra.
Los autores han elegido un asunto candente, demuestran que saben de qué hablan y han sacrificado juicios, conclusiones y lecciones morales en favor de la acción. Lo agradece este relato vertiginoso. Probablemente se marcaron un reto con el juego de convertir un atractivo guión en una amena novela, justo lo contrario de lo que se suele hacer. No solo han salido bien parados, han demostrado que detrás de Cosecha negra hay una película.
Novedosa cosecha la de estos autores que han hecho lo inverso a lo acostumbrado. A partir de un guión, hicieron la novela, siendo que lo conocido es lo opuesto; de una novela se adapta un guión para una película.
Lo que se dice en el artículo de que hay novelas buenas que terminan en malas películas y lo inverso, es totalmente efectivo, porque son códigos diferentes y, bueno, depende del buen talento guionista, transformar un texto escrito en una buena historia audiovisual. O a veces un director o libretista puede partir de una pequeña historia escrita y convertirla en algo portentoso en la pantalla grande.
En otras ocasiones, hay «empates» fantásticos: uno no sabe que es mejor, si la novela o la película en que se convierte. Yo hago mucho el camino inverso, ver una buena película de una novela, me lleva a leerla.
Recuerdo una película que vi, creo que Argentina, titulada «El muerto». Me pareció bien buena y de adecuado ritmo y desenlace cinematográficos, m/m 110 minutos. Estaba basada en un cuento de Borges, breve y que uno puede leer en 10 a 15 minutos, bueno, pero sin demasiado ritmo y suspenso.