Una exposición de George Herriman permitió ver en España la obra de uno de los mejores dibujantes de historietas
Entre 1913 y 1944 se publicaron en varios periódicos norteamericanos las tiras cómicas de “Krazy Kat”, unos dibujos muy populares cuyos personajes reivindicaban en sus aventuras los derechos humanos y la liberación de las costumbres, y mostraban también un cierto tono antirracista aunque sin estridencias.
Muchos lectores estaban convencidos de que su autor, George Herriman, era un típico WASP (blanco, anglosajón y protestante), mientras oficialmente se decía que su origen era griego o ucraniano. Herriman era muy cuidadoso con su imagen privada: su aspecto era el de un blanco de tez morena. Murió en 1944, a los 64 años, y sólo después de que hubieran transcurrido 30 años se supo que en realidad era negro. George Herriman había tenido que abandonar Nueva Orleans, su ciudad natal, y trasladarse a Los Ángeles, debido a los problemas de segregación racial de la época.
Bajo el título de “Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat” el Museo Reina Sofía de Madrid acoge en una gran exposición que se prolongará hasta el 26 de febrero, obras de todas las etapas de un dibujante que elevó el cómic a la categoría de arte.
La cultura de masas en el museo
El desarrollo del cómic en los medios de comunicación impresos a partir del siglo XIX dio lugar al nacimiento de un género cuyos creadores se enfrentaban a una nueva forma de expresión, que al ser simultánea al periodismo que acogía sus obras interactuaba con la actualidad que compartía en sus páginas. Además al mismo tiempo se improvisaba un nuevo lenguaje que exigía un esfuerzo imaginativo paralelo a la capacidad de condensación en pocas viñetas de mensajes a veces muy complejos.
Como se viene haciendo con la fotografía, el hecho de que un museo acoja una exposición de cómics muestra la disposición a legitimar la cultura de masas como una expresión a la altura del resto de las otras artes plásticas, como la pintura o el collage, en contra de la opinión de considerarlos como una subcultura de consumo.
Una carrera de costa a costa
George Herriman comenzó a publicar sus tiras en “Los Ángeles Herald” en 1897 y cuando se trasladó a Nueva York en 1900 comenzó sus colaboraciones con la revista “Judge”, el “New York World” (medio para el que creó en 1903 la historieta “The Two Jolly Jackies”) y el diario “New York Evening Journal”, uno de los periódicos de William Randolph Hearst, quien distribuyó sus trabajos en otros medios de su propiedad durante más de treinta años a pesar de que al principio no habían tenido éxito. Para este periódico creó la serie “The Dingbat Family” en 1910, y en 1913 apareció la primera tira cómica de “Krazy Kat”.
El éxito de sus historietas hacía que en ocasiones se publicaran a toda página, primero en blanco y negro y, a partir del 1 de junio de 1935 en color. Una de las originalidades de algunas tiras de Herriman fue su publicación en vertical, en lugar de horizontalmente como era habitual. Tras su etapa en Nueva York en 1920 se trasladó nuevamente a Los Ángeles, donde comenzó sus colaboraciones con “Los Angeles Times” y “Los Angeles Examiner”.
Aunque creó también series como “Lariat Pete” (para la Agencia McClure), “Bud Smith” y “Major Ozone’s Fresh Air Crusade” para la empresa World Color Printing y caricaturas de deportistas para el “New York American”, con la que consiguió los mayores éxitos fue con “Krazy Kat”. El protagonismo de estas tiras de Herriman se distribuye entre tres principales personajes representados por un gato, un perro y un ratón, que llevan a cabo sus peripecias en el condado de Coconino, en Arizona. La originalidad está en las relaciones entre el gato Krazy, de sexualidad indefinida, y el ratón Ignatz, de quien está enamorado sin ser correspondido. El perro policía Ofissa Pupp, que admira a Krazy, castiga severamente al ratón por sus desplantes y ataques al gato. Estas relaciones al margen de la lógica habitual se prestan a interpretaciones diversas, una de las cuales se relaciona con los derechos del colectivo homosexual, mientras otras señalan los mensajes de Herriman relacionados con la subversión de las jerarquías blanca, patriarcal y heterosexual, y la denuncia de sus mecanismos de funcionamiento.
La exposición reúne 160 piezas entre las que hay dibujos originales y páginas de periódicos en los que se publicaban sus historietas, así como algunas de las tiras inacabadas que se encontraron sobre su mesa de trabajo en el momento de su muerte.
El crítico Gilbert Seldes, en su obra “The Seven Lively Arts” (1924) define al cómic de Herriman como “la obra de arte más divertida, fantástica y satisfactoria que se produce hoy en Estados Unidos”. Además, la interacción entre el cómic de Herriman y las artes plásticas ha tenido en este caso una influencia fructífera, como han confesado artistas como Willem de Kooning y Philip Guston, escritores como T.S. Eliot, Gertrude Stein y Jack Kerouac y cineastas como Frank Capra y Fritz Lang. Se sabe que también Picasso era lector de las tiras de Herriman. La revista especializada “The cómics Journal” calificó los cómics de George Herriman como los mejores del siglo XX.
El tebeo español, una historia social
Hasta el 25 de febrero se puede ver en el Museo ABC de Madrid la mayor exposición de tebeos españoles de todas las épocas. Bajo el título “Historietas del Tebeo 1917-1977” se exponen centenares de cómics, cuentos ilustrados, tebeos o como quiera denominarse a este género que en España cuenta ya con generaciones de seguidores.
Aunque sus orígenes se sitúan en el siglo XIX, las historietas fueron durante los años cincuenta y sesenta del XX, junto a la radio y el cine, las que mejor cubrían las necesidades de ocio de la sociedad española, una época en la que tenían millones de lectores no sólo por la venta de ejemplares sino sobre todo gracias a los préstamos e intercambios, métodos habituales entonces.
La obsesión del régimen por controlar la formación de los más jóvenes y la extensión de lectores de historietas a edades adultas de todas las clases sociales hizo que durante el franquismo interviniera la censura para vigilar los contenidos de algunas de aquellas publicaciones. Curiosamente, las historietas cómicas, casi todas de formato vertical, eran las que contenían algunos de los mensajes más subversivos y críticos con el poder, para lo que utilizaban un lenguaje de incorrección política que se hacía pasar por humor, más eficaz para evadir los controles de la censura. Eran estos cuadernillos cómicos los que recogían algunos de los problemas más graves de la sociedad de aquellos años: el hambre, la infidelidad conyugal, la represión sexual, las familias desestabilizadas, el periodismo oficial, el problema de la vivienda… con un lenguaje desenfadado y humorístico que ocultaba una realidad trágica.
Considerado como cultura de consumo, el cómic tuvo sin embargo un papel fundamental durante el siglo XX para iniciar a los niños en la lectura e incluso despertar en ellos la necesidad de conocer otras formas de ficción y ayudarles a dar el salto a la literatura. Más allá de la educación sentimental que muchos tebeos supusieron para los lectores de cada generación también contribuyeron a su formación cultural en una época en la que el sistema educativo estaba muy limitado por la ideología dominante.
La exposición que se puede ver en Madrid abarca los cómics de los periodos de la monarquía de Alfonso XIII, las dictaduras de Primo de Rivera y de Berenguer, la Segunda República, la guerra civil, el franquismo y los primeros años de la transición democrática, cuando aparecieron géneros como el manga y comenzó la publicación de la revista “Totem”, primera de las de aventuras concebida exclusivamente para adultos (antes, como revista de humor también para adultos, hay que citar en 1973 la aparición de “El Papus”).
La contemplación de los dibujos en esta exposición y de los temas que abarcan los guiones es un reflejo muy fiel de las vicisitudes políticas, sociales y económicas de cada época. Junto a los contenidos se manifiesta también la evolución de un lenguaje propio y del grafismo aplicado a la narración de historias.
Humor y aventura, los géneros fundamentales
En España el cómic adoptó el nombre popular de tebeo por el título de una de las más populares historietas, el TBO, que apareció en Barcelona hace 60 años, en marzo de 1917, y que dio lugar a la aparición de publicaciones similares como “Pulgarcito”, “Pinocho”, “Jaimito”, “Tiovivo”, “DDT” y “Pumby” (donde se publicaba la tira ‘Caperucita encarnada’ cuando no se podía utilizar la palabra roja por sus connotaciones políticas durante la posguerra).
Por su parte, las historietas de aventuras son continuadoras de la tradición de los folletines y las novelas por entregas del siglo XIX. De hecho el final de cada historieta, como ocurría con las novelas por entregas, solía estar concebido para provocar la necesidad de conocer el desenlace en el número siguiente. Los géneros más frecuentes en los tebeos españoles eran el bélico, el policíaco, el histórico, el western y las aventuras en la selva.
Entre los primeros títulos aparecidos en España destacan “El Coyote”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “El Cachorro”, “El guerrero de antifaz” y “Diego Valor”, que llegaron a alcanzar tiradas de miles de ejemplares, sólo superadas más tarde por “El capitán Trueno”, “El Jabato” y “El cosaco verde”, estos últimos debidos a la inspiración del gran guionista Víctor Mora. Hay que reivindicar aquí la labor de guionistas y dibujantes y denunciar las precarias condiciones en las que desarrollaban su trabajo, obligados por los editores a renunciar a los derechos de autor y a la propiedad de sus personajes. Entre otros éxitos del cómic de aventuras hay que destacar también los relatos de “Hazañas bélicas” y los western como “Apache” y “Hombres intrépidos”.