El destino, el poder y las desigualdades II

Roberto Cataldi[1]

Desde mi primer viaje a España impulsado por un proyecto personal que demandó una larga estancia, retorné en varias oportunidades y, en octubre de 2012, después de 35 años, procuré recorrer aquellos lugares de Madrid que me atraparon en plena juventud y donde se gestaron algunos de los sueños que aún me acompañan. Ya nada era igual, es natural, lo intuí cuando planifique esa visita destinada a exhumar una etapa de mi pasado. Sabía que era imposible retrotraerme en el tiempo, hallar lo que en su momento me hizo feliz, sin embargo no me sentí bajo la influencia proustiana de À la recherche du temps perdu. 

Llegué la tarde de un domingo lluvioso y frío, justamente el día de las elecciones en Galicia y el País Vasco (terruño de mi abuelo). Los resultados de los comicios calentaron los ánimos de no pocos españoles. Desde mi habitación en un hotel de la Gran Vía procuré seguir esa madrugada los acontecimientos que minuto a minuto recogían las cadenas televisivas. Esa semana fue muy conflictiva, en la ciudad se produjeron 80 huelgas por diferentes motivos. A los dos días de llegar me reuní con un discípulo que venía de Barcelona, impresionado por la multitudinaria manifestación independentista que en la ciudad condal había presenciado.

Esa noche, los canales de televisión mencionaban el cerrojo de 1500 policías establecido en torno al parlamento, donde se estaba debatiendo el presupuesto para el 2013, un presupuesto que según la oposición y en mérito a la experiencia reciente no tenía visos de realidad. Lo invité a mi joven médico residente al lugar donde se desarrollaban los hechos, diciéndole que tenía la oportunidad de ver cómo se gestaba la historia y que dentro de veinte años podría contarle a sus hijos.

En la calle estaba el movimiento 25-S que, según los analistas, nadie entendía lo que pretendía. El gobierno los acusaba de practicar la violencia, de ser anti-sistema, y de carecer de propuestas. Es habitual que en las manifestaciones se cuelen elementos radicalizados que pretenden desvirtuar el espíritu de la convocatoria, basta con cuatro o cinco violentos para malograr una manifestación de miles de hombres y mujeres que reclaman pacíficamente.

En cuanto a las propuestas que exigían los críticos, estimo que primero deben ser explicitadas por la clase política dirigente, que justamente se especializa en formular propuestas, aunque luego se olvide de cumplirlas, al fin de cuentas para algo se postulan. Las pancartas, muchas de ellas con frases más que ingeniosas, denunciaban una realidad que el poder prefería ocultar. Para algunos, ese movimiento integrado por jóvenes desocupados, debía limitarse a formar parte de esa mayoría silenciosa que tanto alaba el gobierno del PP. No todos eran desocupados, me consta, y algunos que denunciaban el sistema abusivo proponían medidas concretas para combatir la corrupción y salir de la crisis. Lo curioso es que ese panorama hoy se repite en muchos otros lugares del planeta.

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Manifestaciones de indignados del movimiento 15M en Madrid

Indignez vous!, título del librito de Stéphane Hessel que se convirtió en el manifiesto de los tiempos que corren, sirvió de inspiración a los indignados. Tengo entendido que el original francés fue introducido en España por Federico Mayor Zaragoza. Su prédica se  esparció por toda Europa y desbordó el viejo continente.  Héssel fue un intelectual profundamente europeísta, que participó en la elaboración de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948. Era judío alemán, se nacionalizó francés, y en París se hizo activista siguiendo los cursos de Maurice Merleau-Ponty y leyendo a Sartre. Él participó de la Resistencia contra los nazis, fue diplomático, y dicen que pasaba de una batalla a otra, como los derechos de los inmigrantes sin papeles, el ecologismo, la pobreza, la causa palestina que le granjeó el enojo de las asociaciones judías. Stéphane, ya nonagenario, se convirtió en el referente moral de los indignados y murió en 2013.

Es una verdad de Perogrullo que cada uno ve lo que quiere ver al igual que oye lo que desea oír, pues, es propio de la condición humana. Pero claro, cuando se trata de la lucha por los Derechos Humanos, en ocasiones nos topamos con contradicciones flagrantes. Esto sucede cuando a Temis se le cae la venda y pierde la imparcialidad, o cuando nos tapamos un ojo. Si estamos dispuestos a condenar a todo aquel que comete un crimen, condenemos a todos los criminales, no sólo a unos, a la vez que a otros los disculpamos.

El lema de la Revolución Francesa: “Liberté, égalité, fraternité”, constituye una frase muy afortunada, que hizo historia porque sirvió de inspiración a muchos movimientos reivindicatorios. La libertad es la que ha tenido mayor éxito, mucho menos la igualdad, y casi nada la fraternidad. Mandatarios y políticos jamás dejan de mencionarlas.

La igualdad en lo legal significa que todos seríamos iguales ante la ley, y en lo social apunta básicamente a la igualdad de oportunidades. Todos sabemos que es una ficción, sin embargo pienso que debemos luchar para que sea algo efectivo y práctico. Si tenemos una sociedad machista que oculta la servidumbre y los abusos, donde hay privilegios de clase, de culto o de otra especie, y donde  tanto el caciquismo, como el nepotismo y el amiguismo son monedas corrientes, la igualdad no deja de ser  un artículo más de la retórica.

En un estudio de opinión aparecido hace unos días en un matutino porteño, se reveló que el 78 % de los argentinos desconfía de la justicia y que el 89 % piensa que ésta no es igualitaria. No me sorprende. José Hernández recogió este vicio en el Martín Fierro: “Hacete amigo del juez…”; frase que denuncia esa íntima relación entre la justicia y el poder, que después de doscientos años se mantiene y nos retrotrae al absolutismo monárquico disfrazado  por la supuesta división de poderes.

En los primeros años del Siglo XXI la agricultura fue uno de los sectores más rentables en la Argentina, sin embargo los trabajadores del campo estuvieron entre los asalariados que menos percibieron. El avance tecnológico simplificó las cosas pero no acortó la jornada laboral, la prolongó, y el obrero rural no recibió gratificación por las cosechas récords que oxigenaban el país. Ellos, sin duda, nunca formaron parte del “discurso del campo”.

América Latina sería la región más desigual del mundo, y varios factores tienen  que ver en esta situación compleja. Según algunos analistas la desigualdad en el ingreso sería el resultado y no la causa de las profundas desigualdades sociales.

De lo que no hay duda es que la pobreza debe ser eliminada. Ser pobre produce vergüenza, degrada la dignidad, resiente el sentido de lo que uno vale. Claro que la vergüenza hoy es un sentimiento ignorado en las sociedades occidentales, pero en la doctrina de Confucio constituía una de las ocho virtudes. Las políticas para hacer frente a la pobreza no suelen considerar lo que siente un individuo pobre. En efecto, la pobreza humilla e impide que el individuo se sienta confiado para salir adelante. Es fundamental que quien tenga que hacer frente a esta situación lo haga dignamente y movido por el amor propio. En la India, el que pierde una cosecha, además del perjuicio económico, lo invade la vergüenza, y no es excepcional que se refugie en el alcohol o termine suicidándose. Los gobernantes no entienden que la miseria no se combate con dádivas, ni con planes clientelistas, sino generando las condiciones para que estos seres puedan salir adelante. La palabra caridad no me cae bien, más allá de que sea una virtud teologal junto con la fe y la esperanza. La asocio a la limosna, y a ésta la considero denigrante, prefiero hablar de ayuda al necesitado.

Montesquiu decía que la desigualdad conduce a la aristocracia y que la igualdad extrema al despotismo. Aristocracia y despotismo coinciden en encumbrar a una clase privilegiada.

La política puede ser vista como el intento de organizar racionalmente la convivencia mediante pautas respetadas por todos, pero también distribuyendo justamente los beneficios y las cargas sociales. Una buena política estimula el diálogo, procura la moderación, busca el equilibrio entre los sectores antagónicos, crea una atmósfera pacifista. En materia de distribución de los beneficios y las cargas sociales se impone la equidad, de lo contrario surge la ira entre los afectados. En cuanto a los medios de comunicación, son la principal herramienta para llegar a la población, pero a menudo exageran los pequeños éxitos del gobierno y tapan las grandes fallas. Así se genera un relato y se crea otra realidad.

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