Por moharabeh, “enemigo de Dios”, amenazar la seguridad nacional y difundir la “corrupción en la tierra”, el 29 de enero de 2014 ejecutaron en una cárcel de Irán al poeta y militante de los derechos humanos Hachem Shaabani, de 32 años. Junto a él ahorcaron también a otro detenido, el profesor Hadi Rashedi, condenado por idénticos motivos.
Según informaciones procedentes de grupos clandestinos iraníes, el ministro de Información en persona se habría encargado de comunicar a la familia el lugar de la ejecución y sepultura.
Ell periodista Amir Taheri, quien ha relatado las ejecuciones en el diario Asharq al-Awsat, asegura que Shaabani había sido torturado y amenazado de violación y que varios miembros de su familia se encuentran detenidos “porque él les acusó de cometer delitos”. Desde la cárcel había escrito a algunas personas cercanas que no se pueden ignorar los “odiosos crímenes perpetrados por las autoridades iraníes contra los ahvazis, lo mismo que las ejecuciones arbitrarias e injustas (…) he intentado defender el legítimo derecho de todos los pueblos a vivir en libertad y disfrutar de sus derechos. A pesar de las miserias y las tragedias, jamás he cogido otra arma que mi pluma para luchar contra esos crímenes atroces”. Pero es que en Irán la pluma puede ser más peligrosa que la espada.
El poeta Hashem Shaabani era, entre otras cosas, uno de los fundadores del Dialogue Institute, un órgano de promoción de la cultura y la literatura árabe, y aunque su poesía podía calificarse de “no política”, los tres años de cárcel y torturas le llevaron en 2012 a confesarse “terrorista separatista” en un canal de la televisión estatal.
Hachem Shaabani, quien llevaba tres años encarcelado, desde los primeros días de 2011, pertenecía a la minoría árabe de los ahwazi, instalada desde tiempo inmemorial en la región de Khuzestán. Como explica el blog No pasdaran, “se trata de una minoría opuesta desde siempre al régimen iraní, que la trata como si fuera algo ajeno al país aunque pretende controlarla, dada su proximidad con Irak y las monarquías del Golfo y, sobre todo, por los pozos de petróleo que se encuentran en gran parte de la zona. El régimen iraní no ha reconocido nunca la identidad cultural de los ahwazi, aplastándoles tanto étnica como religiosamente (son mayoritariamente sunnitas) (…) Khuzestán es una de las regiones más desarrolladas de Irán, a la que el régimen mantiene en la pobreza para evitar que aumente el poder de su población”.
Según Amnistía Internacional (AI), en Irán han ejecutado a más de 300 personas en seis meses, los transcurridos desde que el “moderado” Hasan Rouhani accedió a la presidencia del país, en agosto de 2013; de ellas, 40 en las dos primeras semanas de enero de 2014. Los anteriores gobiernos de Teherán consideraron siempre la pena de muerte como algo “esencial para el mantenimiento del orden y el respeto de la ley”, explica la publicación digital italiana Apocalisse Laica, añadiendo que la mayoría de los condenados a muerte estaban en la cárcel por delitos relacionados con la droga.
En 2013 el régimen iraní ejecutó a 625 personas, entre ellas 29 mujeres, según Human Rights Watch; el presidente Hassan Rouhani asistió personalmente a más de 250 ahorcamientos. El relator especial de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Irán, Ahmed Shaheed, ha lamentado el aumento que se ha producido tras el nombramiento del nuevo presidente: “Es muy preocupante que el gobierno ejecute a personas por delitos que no entran en la categoría de “los más graves”, como exigen las leyes internacionales, y que existan serias dudas acerca de las condiciones en que se les juzga (…) Shaabani no es el primer poeta iraní ejecutado por los mulás; en tiempos del ayatolá Jomeini, el poeta de izquierda Sa’id Sultanpur fue detenido el día de su boda y le mataron después en la cárcel; igualmente, a Rahman Hatefi, quien escribía con el pseudónimo de Heydar Mehregan, le cortaron las venas hasta que murió desangrado en la prisión de Evin”.
En Irán, donde sigue gobernando un régimen teócratico, se considera un delito que acarrea pena de muerte reivindicar al libertad de expresión. El presidente Rouhani prometió en su campaña modificar la legislación existente en materia de libertades civiles. Las organizaciones iraníes de defensa de los derechos humanos explican que el sistema de ahorcamiento en Irán “es particularmente bárbaro, destinado a procurar el mayor sufrimiento posible al condenado; el verdugo acciona una especie de polea y así va subiendo al condenado causándole una agonía particularmente lenta y dolorosa”.
El periodista Robert Fisk, del diario británico The Independent, ha calificado a Irán, en un artículo que reproduce el diario argentino Página 12 con una espantosa traducción al castellano, como “El club de los poetas martirizados”: “Todo en Hashem Shaabani grita la vergüenza contra sus verdugos: su poesía pacifista, su aprendizaje académico, su cuidado del padre enfermo, un soldado discapacitado herido gravemente en la guerra de 1980-1988 contra los invasores iraquíes (…) Ahora él se ha convertido en un cadáver político. Sus asesinos, el Ministerio del Interior iraní y un juez del tribunal revolucionario llamado Mohamed Bagher Moussavi, son los primeros culpables. Luego vienen los grupos de oposición iraquíes, que han dedicado gran parte de su tiempo a acusar al presidente Hassan Rouhani, como si estuvieran realmente de luto (…) Y luego, por supuesto, el tercer verdugo que es la historia (…)”