El necesario optimismo de los educadores

Recientemente, el año pasado, Fundación Telefónica, una entidad preocupada y ocupada por y en la educación, publicó una obra titulada Escuelas creativas. Un viaje hacia el cambio educativo cuya lectura me ha permitido reflexionar y me ha llevado a elaborar un pequeño y atrabiliario resumen de la misma en cuya utilidad confío. Un resumen que es sobre todo, pero no sólo, un acopio espero que no disparatado de sus principales citas, eruditas las más de las veces. Es este: 

El ecosistema educativo en la encrucijada

escuelas-creativas-portada El necesario optimismo de los educadores¿Qué diantres querría decir Jean-Jacques Rousseau hace tantos siglos ya con aquello de que “la mejor escuela es la sombra de un árbol”, una frase que tantos han repetido, en este libro por ejemplo?

Creo que llevar como membrete de señorío esa frase a un volumen dedicado a la educación actual y su encrucijada resume muy bien el avispero necesario en el que, desde hace algunos años, el sistema educativo (español, mundial) se encuentra inmerso hasta el corvejón. Perdón, quise decir ecosistema educativo, ámbito en el que se interrelacionan hasta seis sistemas, el conpectualizador, el pedagógico, el administrativo y de gestión, el organizativo, el experiencial y el comunicativo.

El asunto es que necesitamos ser creativos: “saber lo que hacer cuando no sabemos qué hacer”, que diría alguien que viene mucho a cuento, más que Rousseau, Jean Piaget. Porque las escuelas son, y han de seguir siéndolo, creativas per se. Y necesitamos ser creativos porque nos encontramos ya en la vorágine de un cambio, de un cambio necesario.

Y sí, la tarea está siendo difícil y se prevé larga, tal vez infinita, pero ahora ya sabemos aquello de que “el principio es el lugar que está más lejos de todas las cosas” (una frase propiedad de quienes se ocuparon de contribuir a este libro desde el IES Princesa Galiana, del barrio toledano de Santa Bárbara). Y que, como dijo el sabio chino casi más famoso de siempre, Lao-Tse: “un viaje de mil millas comienza con el primer paso.”

Hay que arriesgarse, qué duda cabe. Parece que el proceso de enseñanza-aprendizaje civil no puede seguir como hasta ahora encorsetado en los sistemas educativos, el español al menos, realmente existentes. Pero hemos de saber a qué tipo de riesgo nos enfrentamos. El experto en educación neerlandés Gert J. J. Biesta lo tenía claro ya en 2013 cuando escribió lo siguiente en su libro El bello riesgo de educar (la edición española es de 2017):

“El riesgo no es que los maestros fallen. No es que la educación pueda fallar porque no está suficientemente basada en datos. El riesgo no es que los estudiantes fracasen porque no están trabajando lo suficiente o carezcan de motivación. El riesgo está ahí porque, como dijo W. B. Yeats, la educación no es cuestión de llenar un recipiente vacío, sino de encender un fuego. El riesgo está ahí porque la educación no es una interacción entre robots, sino un encuentro entre seres humanos. El riesgo está ahí porque no podemos ver a los estudiantes como meros objetos para ser moldeados y disciplinados, sino como sujetos de acción y responsabilidad.”

Para crecer hay que optar, hay que apostar, a veces literalmente. Hay que experimentar, qué duda cabe. Y si cabe alguna, escuchemos a otro clásico ilustrado, al protoestaunidense Benjamin Franklin:

“El crecimiento es un proceso de prueba y error: es una experimentación. Los experimentos fallidos forman parte del proceso en igual medida que el experimento que funciona bien.”

Que son éstos tiempos de encrucijada en el asunto de la educación no puede ser ya discutido. El novelista estadounidense David Markson, en su libro La soledad del lector, puede ser útil para valorar este ahora que nos impele a no dejarnos mal en el futuro:

“No darse cuenta de que el propio futuro ya es el propio presente ni siquiera cuando también ese presente se está disolviendo en el pasado.”

Y otro escritor norteamericano, el humorista James Thurber, nos viene al pelo para centrar este asunto, el del cambio, el auténtico motor de la historia, de los tiempos de los hombres:

“En tiempos de cambio, los que aprenden heredan la Tierra, mientras que los sabios están perfectamente equipados para un mundo que ha dejado de existir.”

Manos-gamificación El necesario optimismo de los educadores

Orgullo y emoción

Y, para que hereden la Tierra quienes ahora aprenden, “no hay que dejar nunca que los niños fracasen; hacerles triunfar ayudándoles, si es necesario, mediante una generosa participación del maestro. Hay que hacerles sentirse orgullosos de su obra. Así será posible conducirles hasta el fin del mundo”, como nos recordaba el maestro y pedagogo francés Célestin Freinet.

Sabemos que el cerebro humano es un órgano social que aprende más y mejor cuando comparte su actividad con otras personas, y también que el cerebro, para aprender, necesita de la emoción. En el contexto del aula, emocionar supone conectar con el cerebro del alumnado, abrir un canal para que se establezca esa conexión con la que se inicia el deseo de aprender. Buscar la manera de emocionar es una tarea docente.

Emocionar desde el optimismo, sin duda, como nos alumbra el pensador español Fernando Savater en su libro del año 1997 El valor de educar:

«Educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber […] No conviene olvidar que la desesperanza nos inmoviliza y constituye el gran freno al cambio y a la innovación, y que la educación exige optimismo” [y entusiasmo, añado yo].

La memoria y la lectura siguen estando en el atolladero de las buenas prácticas de los futuros, y en algunos casos ya inmediatos, procesos de enseñanza-aprendizaje. ¿Qué hay que leer cuando se aprende? ¿Cuánto de necesaria es la memoria cuando se aprende? En Escuelas creativas…, con buen criterio, echaron mano de dos gigantes para enmarcar estas cuestiones: el escritor italiano Cesare Pavese y el fundador de la psicología funcional, el estadounidense William James.

En El oficio de vivir, dejó escrito Pavese sobre la lectura:

“Al leer no buscamos ideas nuevas, sino pensamientos ya pensados por nosotros que adquieren en la página un sello de confirmación. Nos impresionan las palabras ajenas que resuenan en una zona ya nuestra –que ya vivimos– y al hacerla vibrar nos permiten encontrar nuevos motivos dentro de nosotros.”

Y William James nos explicó muchas cosas sobre la memoria, ésta por ejemplo:

“El arte de recordar es el arte de pensar. Cuando queremos fijar algo nuevo en nuestra mente o en la del alumno, el esfuerzo consciente no debería limitarse a imprimir y retener el nuevo conocimiento sino, más bien, a conectarlo con otras cosas que ya sabemos. Conectar es pensar, y si prestamos atención a la conexión, es muy probable que lo conectado permanezca en la memoria.”

Y, sí, cuando todo esto de la educación para el futuro que ya está aquí resulta agotador, a veces, como escribiera el sociólogo español Mariano Fernández Enguita en su libro La escuela a examen, de 1995, a uno le quedan ganas de llegar a conclusiones como que pareciera que “no existe nada más cómodo para una sociedad que culpar de sus males a la escuela –exculpando así, de paso, a otras instituciones como las empresas y el Estado– y tratar de encontrar soluciones mágicas a través de su permanente reforma.”

¿Le echamos la culpa a las empresas, al Estado, a las familias y reformamos todo eso antes que las escuelas?

José Luis Ibáñez Salas
Editor de material didáctico para diversos niveles educativos en Santillana Educación, historiador y escritor. Director de la revista digital de divulgación histórica Anatomía de la Historia, es autor de El franquismo, La Transición, ¿Qué eres, España?, La Historia: el relato del pasado y La música (pop) y nosotros (publicados los cinco libros por Sílex ediciones), fue socio fundador de Punto de Vista Editores y escribe habitualmente relatos (algunos de los cuales han aparecido en el blog literario Narrativa Breve, dirigido por el escritor Francisco Rodríguez Criado) y artículos para distintos medios de comunicación, como la revista colombiana Al Poniente o las españolas Nueva Tribuna, Moon Magazine y Analytiks. Tiene escrita una novela y ha comenzado a escribir otras dos.

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