Elogio de Marcel Proust

La recuperación del tiempo a través de la memoria es la base de una de las obras maestras del siglo veinte

Hace más de cuarenta años comencé a leer «En busca del tiempo perdido» en la edición de Pedro Salinas para Alianza Editorial. Terminé los dos primeros volúmenes, «Por el camino de Swann» y «A la sombra de las muchachas en flor», deslumbrado por la prosa de Marcel Proust y por las historias que se entrelazan a lo largo de las narraciones de esta obra monumental.

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Proust: A la busca del tiempo perdido, edición de Mauro Armiño (Valdemar)

Me propuse terminar los siete volúmenes que forman el relato total a la primera ocasión en la que tuviera por delante el tiempo suficiente para abordarlos sin interrupciones. Esa ocasión no acababa de llegar y la lectura pendiente me acosaba constantemente desde los anaqueles de mi biblioteca, y desde hace años desde los lomos de los tres volúmenes de la excelente edición de Mauro Armiño (Valdemar).

Cuando el pasado mes de marzo se decretó el estado de confinamiento, fui consciente de que al menos tenía dos meses por delante para terminar esa lectura permanentemente aplazada. Había pasado tanto tiempo desde mi primer contacto con la obra que comencé a leerla desde el principio. Este verano pude terminar al fin las más de tres mil quinientas páginas que conforman esta edición, que incluye un enriquecedor aparato de notas, tres diccionarios de personajes y lugares, unos resúmenes muy clarificadores y otros añadidos que convierten esta versión de «A la busca del tiempo perdido» (nueva y más atinada traducción del título) en una de esas obras imprescindibles que uno quisiera no terminar nunca.

Se han hecho publicaciones por separado de cada una de las novelas que conforman esta obra de Marcel Proust, pero una vez leída en su totalidad, mi recomendación es que se aborde desde el primero hasta el último volumen respetando el orden cronológico de aparición, pues difícilmente se entienden algunos de sus episodios sin conocer los prolegómenos que se cuentan en otros anteriores. Se han dicho tantas cosas y se han escrito tantas páginas sobre «A la busca del tiempo perdido» que apenas se puede añadir nada desde una reseña que lo único que pretende es despertar el interés por su lectura.

En «A la busca del tiempo perdido» Marcel Proust disecciona la sociedad aristocrática y burguesa de la Francia del tránsito entre los siglos diecinueve y veinte con un conocimiento muy profundo, por haber formado parte de ella y por ser un observador crítico de los personajes que la conformaban, de las situaciones que protagonizaban esos personajes y de las tensiones que alimentaban las diferentes actitudes políticas, influidas por los acontecimientos que sacudían la sociedad de aquellos años, fundamentalmente aquí el caso Dreyfus y la Primera Guerra Mundial, cuya presencia a lo largo de toda la obra sitúa ideológicamente a los protagonistas.

El escritor aprovecha uno de los fenómenos de la aristocracia de aquellos años, la celebración de reuniones, soirées y matinées, comidas y cenas en los salones presididos por mujeres influyentes, a veces idolatradas y otras veces temidas u odiadas, para dirigir su mirada hacia los intereses, las hipocresías, las envidias, los odios y las triquiñuelas que alimentaban unas relaciones en las que se aparentaban comportamientos que todos sabían falsos, se traficaban recomendaciones, se acordaban negocios fraudulentos o se adoptaban decisiones con la única finalidad de mantenerse en las listas de los invitados a esas recepciones. La ausencia de esas listas significaba la condena a la marginación y al ostracismo, y a veces se hacía con premeditación.

Pero además Proust indaga en profundidad en sentimientos como el amor, la homosexualidad, la soledad, la enfermedad y la muerte, y de manera destacada los celos, desde un conocimiento extraído de su experiencia de enamorado y de enfermo y desde la tristeza de las pérdidas de familiares y de amigos arrebatados por la muerte. Hay en «A la busca del tiempo perdido» una presencia de experiencias personales del autor, aunque no pueda considerarse esta obra como una autobiografía a pesar de que en dos ocasiones el narrador diga llamarse Marcel.

Sin embargo, lo más destacado, en mi opinión, es la maestría con la que, atendiendo al título genérico de la obra, Proust refleja el paso del tiempo a través de la memoria. Lo hace a lo largo de las siete novelas que conforman «A la busca del tiempo perdido» pero de manera destacada en «El tiempo recobrado», título del último volumen, un relato impagable acerca de los efectos inmisericordes de lo que el tiempo hace con las personas, con su aspecto físico y también con sus comportamientos.

En una última celebración en los salones de la princesa de Guermantes, como rescatados de todos los anteriores capítulos, van apareciendo las personas a las que un día el narrador conoció cuando eran jóvenes y que ahora arrastran pesadamente los pies, se sostienen con muletas o son incapaces de levantarse de los sillones que ocupan sus cuerpos envejecidos y deformados por los años. La forma en que lo describe, la utilización del lenguaje, es lo que marca la diferencia entre una novela y una obra de arte.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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