En ocasiones en las que he tenido el honor de dirigir talleres, charlas, conversatorios u otras dinámicas sobre el tema lingüístico, siempre he recalcado que para minimizar las deficiencias en el lenguaje, es indispensable que se admita la debilidad, y en segundo lugar dedicarse a adquirir los conocimientos que permitan disipar las dudas.
La buena lectura es una forma de familiarizarse con las palabras, si se hace de forma habitual. Eso permitiría escribirlas de manera adecuada, siempre que haya conciencia de la intención. Además de leer, se deben poner en práctica los conocimientos básicos sobre gramática y ortografía que se adquieren en la educación primaria y en la secundaria.
Los errores frecuentes en los medios de comunicación, y que por supuesto se arraigan en el habla cotidiana por el inmenso poder inductivo que estos ejercen, tienen su origen en la escasa preparación de los encargados de difundir información u otro tipo de contenido, vale decir periodistas, locutores, publicistas y todo aquel que de manera directa esté relacionado con la radio, la televisión, los medios impresos y más recientemente las redes sociales, que dicho sea de paso, están plagadas de disparateros, con contadas y honrosas excepciones.
En este medio y en otros espacios y ocasiones siempre he hablado de situaciones viciadas, acompañadas, claro está, de las formas adecuadas, en función de aclarar dudas y satisfacer las peticiones de personas que por diversas vías expresan sus inquietudes lingüísticas, generalmente periodistas, docentes, abogados, locutores y otros que se preocupan por el buen decir y mejor escribir.
Hoy hablaré de dos frases que suelo emplear en mi ocupación diaria como encargado de prensa de un ente gubernamental. Antes de entrar en materia, acuso recibo de una estimulante misiva de mi amigo Pablo Rangel, en la que me sugiere hablar de los complementos circunstanciales. Rangel es educador, dirigente gremial, abogado y sobre todo aficionado del buen decir. Considera que las dificultades para redactar con propiedad están en el mal manejo del tema mencionado. Es un interesante planteamiento al que le daré respuesta en su debida oportunidad.
Hay quienes sin el debido conocimiento consideran que la expresión “31 de los corrientes”, por ejemplo, es impropia o equivocada. Pudiera ser redundante, pues debe entenderse que el corriente (mes) es el año en curso; pero jamás podrá considerarse errónea. La redundancia que pudiera haber en la referida expresión, cumple función de figura retórica, de la que se vale la literatura y es frecuente en el lenguaje coloquial.
Si alguien escribe, por ejemplo: “La inauguración de la nueva sucursal de la entidad bancaria será el 31 del corriente”, deberá entenderse que dicha actividad tendrá lugar hoy, dado que el corriente es el mes en que estamos, es decir, agosto. Si se escribe: “…el 31 de agosto del corriente”, se deberá entender que se trata del año en curso. Si se habla de “los corrientes”, es fácil saber que es una alusión al mes y al año.
A la palabra corriente, el Drae la asocia con la semana, el mes, el año o siglo que va transcurriendo, de modo que no debe haber ninguna confusión ni menos aún temor de hablar “del corriente” o “de los corrientes”, dependiendo de cuál sea la intención. Lo demás es necedad.
Un 24 de julio de 1783
Otro caso que guarda relación con lo que he comentado en los párrafos anteriores y que no quiero dejar pasar inadvertido, es la creciente tendencia a escribir frases como por ejemplo: “Simón Bolívar nació en Caracas un 24 de julio de 1783”. Cualquier lector descuidado podría preguntarse: ¿Cuál es el error? Bueno, el error está en que no existe otro 24 de julio del mismo año. Lo cuestionable en este aspecto, es que es una impropiedad que se ha generalizado, al punto que en ella incurren redactores de gran prestigio, historiadores y otras personas cuya herramienta básica de trabajo es el lenguaje oral y escrito.
Se puede hablar de “un 24 de julio”, “un 6 de octubre”, “un 7 de mayo”, “un 29 de setiembre”, siempre que de antemano se conozca el año y se quiera omitir; pero si ese no es el caso, debe usarse el artículo determinado “el”: “Simón Bolívar nació en Caracas el 24 de julio de 1783”.
Abrazos, hermano. Excelente lección.
Bastante bueno tu analisis, Yo tambien tenía esa inquietud: llamarlas «ciudades gemelas», cuando sus fecha de fundacion son muy diferentes.
Muy bueno, David. Hay demasiada confusión al respecto.