Colombia y Venezuela comienzan a escribir otra historia de su integración, la de sus filmografías, con un festival binacional de cine que se aleja de las capitales y usa como escenario a dos ciudades de frontera, informa Humberto Márquez, enviado especial de IPS a Cúcuta (Colombia)
Seis películas colombianas y otras tantas venezolanas, además de 10 cortometrajes, compiten ante un jurado y un público integrados principalmente por jóvenes en las ciudades de Cúcuta, en el nordeste colombiano, y San Cristóbal, en el sudoeste venezolano.
Se trata de «el único festival binacional de cine en América Latina y el Caribe, y además anual, pues solo opera otro, bienal, que cruza la frontera de Estados Unidos y México», observó a IPS su directora, Karina Gómez.
La muestra vive su segunda edición, tras una prueba el año pasado, y se desarrolla entre el domingo 12 y el jueves 16 de este mes. Todas las producciones son de 2011 y 2012.
El objetivo del festival, explicó la promotora, es «hacer que las cinematografías de Colombia y Venezuela, que se han desdeñado o ignorado por años, ahora se vean, se entiendan, crucen la frontera, se miren a las caras después de que otras veces se han dado la espalda».
Ambas cinematografías «saben que existen, pero no saben de qué va la otra. Queremos que traspasen la frontera con la facilidad tan grande con que lo hacen las telenovelas», agregó Gómez.
Justamente, una de las películas que abrió el festival fue la colombiana «El cartel de los sapos», una cinta de suspense de Carlos Moreno que cabalgó sobre una exitosa serie televisiva del mismo nombre. En las dos ciudades se proyectan todas las producciones.
Los otros largometrajes colombianos son «Sofía y el terco», de Andrés Burgos, enfocada en una pareja de edad madura y con un elenco encabezado por la española Carmen Maura, «La cara oculta», un filme de suspense de Andrés Baiz, y «La playa D.C.», de Juan Andrés Arango, con la historia de un joven afrodescendiente que llega desde la costa a Bogotá.
Además, se presenta también «La sirga», narración intimista y ópera prima de William Vega, y «Chocó», de Jhonny Hendrix Hinestroza, un retrato de la dura vida de una mujer en las minas de oro del occidente próximo al océano Pacífico.
Las venezolanas en competencia son «Brecha en el silencio» de los hermanos Luis y Andrés Rodríguez, la historia de una joven con discapacidad auditiva, «El chico que miente», de Marité Ugás, sobre un pequeño andariego, «El rumor de las piedras», de Alejandro Bellame, un retrato de la pobreza y violencia en una barriada de Caracas.
Las acompañan «Er relajo der loro», de John Petrizzelli, historia política contemporánea en clave de humor, «El manzano azul», de Olegario Barrera, sobre la relación entre un abuelo y su nieto entre faenas del campo, y «Patas arriba», de Alejandro García, sobre un enredo de familia.
Edgard Márquez, responsable de desarrollo de las entidades estatales Villa del Cine y Centro Nacional de Cinematografía de Venezuela, comentó a IPS que un festival como este «ayuda muchísimo a los hacedores de cine».
Ello «porque evidencia que durante muchos años nos hemos mirado el ombligo y obviado la búsqueda con más precisión de hacia dónde debemos caminar para precisamente traspasar fronteras», afirmó.
Jorge Navas, uno de los jurados colombianos y realizador entre otras de la película «La sangre y la lluvia», comentó a IPS que «se trata de que muchas veces nos miramos en el espejo y no vemos al otro, nos bloqueamos por miedos o prejuicios y miramos solo hacia Hollywood».
Gómez colocó el tema también sobre rieles económicos: tanto en Colombia como en Venezuela se ruedan anualmente entre 15 y 20 largometrajes, con un costo promedio de un millón de dólares cada uno.
«Eso significa una buena cantidad de plata (dinero), entre 30 y 40 millones de dólares, y deberíamos desarrollar la capacidad de que esos recursos fluyan para los equipos, productores, posproductores y, en fin, para la creación de empleo y desarrollo de talentos en uno y otro país», dijo.
Por otra parte, destacó Gómez, «para este festival pudimos haber tomado el camino más fácil para llevar público a las salas, con cine colombiano en Caracas y venezolano en Bogotá, pero preferimos colocarlo como aporte al mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de la frontera, donde recalan problemas de los dos países».
Rhonny Roche, del equipo organizador, resaltó a IPS que concurren al festival «jóvenes de ciudades como Cúcuta y San Cristóbal, que tradicionalmente se han desarrollado como centros de comercio y tienen menos tradición como plazas para eventos culturales, si se las compara por ejemplo con Mérida en Venezuela o Cartagena en Colombia».
Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander, de casi 1,5 millones de habitantes en su área metropolitana y de clima caluroso, basa su economía en el comercio binacional y la pequeña manufactura. San Cristóbal, más primaveral y con menos de un millón de habitantes, es una encrucijada agrícola y del comercio.
Ángela Daza, estudiante en un instituto de sacerdotes salesianos en Cúcuta, dijo a IPS que la afluencia en esta ciudad de clima tórrido «habría sido mayor a las decenas que presenciaron algunas de las proyecciones, si hubiese habido una campaña previa por la radio y redes sociales».
El festival, montado con un presupuesto de apenas 40.000 dólares, reconocerá un ganador con un premio no metálico y escogerá una película de cada país para ser distribuida en circuitos comerciales del otro. Además, para octubre se exhibirán otros filmes venezolanos en Bogotá y colombianos en Caracas.
En el afiche del certamen destacan una guacamaya (papagayo) y una orquídea, entre otras especies de la flora y la fauna comunes en diferentes regiones de los dos países, así como coloreados buses característicos de la frontera, como una manera de subrayar lo mucho que une a dos países que comparten una viva frontera de unos 2.000 kilómetros. (FIN/IPS/hm/eg cr cb ve/13)
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