La Fundación Canal (Madrid) ha empezado el año 2015 regalándonos con una exposición de Alberto Giacometti, artista del siglo XX del que ya hemos conocido otras exposiciones en España, pero ésta, debido a la procedencia del centenar de obras que presenta, entre dibujos y esculturas selectas, resulta casi inédita.
Algunas, de hecho son inéditas en España. Todas las obras proceden de la Fundación Giacometti y representan el período que le dio más fama y reconocimientos mundiales: Los últimos veinte años de su vida, desde el final de la segunda guerra mundial hasta su muerte en enero de 1966. Tenía sesenta y cuatro años.
Aparentemente, la vida de Alberto Giacometti transcurrió con bastante placidez. Este artista suizo-italiano, nació en la región de Grissoni en 1901 en una familia de artistas acomodada. Su padre Giovanni era un reconocido pintor impresionista que le inició en el camino del arte desde que era un niño. Frecuentó academias de arte en Ginebra desde la adolescencia. A los diecinueve años viajó con su padre a Italia: Venecia, Padua, Florencia, Pisa, Perugia, Asís, Roma donde se quedó durante nueve meses.
Un viaje decisorio de su futuro, porque fue su fuente de acceso al conocimiento de las artes prerromanas itálicas, la escultura egipcia, la Italia precristiana y paleocristiana, el mosaico bizantino en Venecia, Bellini y Tintoretto, Giotto en Padua, el arquitecto Borromini…Todo el arte grande producido en Italia desde muchos siglos atrás. En París a los veintiún años, se instala en Montparnasse y frecuenta el taller La Grande Chaumière dirigido por el escultor Jean Bourdelle donde trabaja varios años. En París conoce la influencia del arte cicládico, del arte negro, del cubismo y surrealismo, al que se une en 1929, cuando conoce a Breton, Éluard, Dalí, Ernst. Expone en 1932 en París y en 1934 en Nueva York, esculturas que expresan el onirismo del amor, la violencia, el sexo y la muerte. Tras convertirse en el escultor surrealista más cotizado, sufre la expulsión del movimiento surrealista por dejar de serlo y volver al naturalismo.
Pasa tranquilamente los años de la guerra mundial en su neutral Suiza, sin peligros, ni exilio, más bien retorno. Es una década tranquila, de reflexión de lo que ha hecho y sobre lo que va a hacer. Cuando vuelve a París en 1945 conoce a Annette, amor de su vida, modelo, amante y esposa en 1949. Ahí comienza la etapa que le acompañará hasta el fin de sus días, existencialista a su modo, sin haber participado de la angustia vital de los terribles años de guerra. Empieza la escultura filiforme, compleja, inquietante, que transmite soledad, vulnerabilidad, drama efímero.
Dicho así, todo parece tan plano. Pero Giacometti fue toda su vida un artista insatisfecho, obsesivo hasta el límite de la figura humana, del rostro, de la mirada. Pasó la vida trabajando por conseguir un efecto de vida real, algo inalcanzable. Insatisfecho por no adquirir la fama que él quería como pintor, sobre todo como dibujante que para él era la máxima expresión del arte. Y lo que puede dar vida a una obra en bronce o en arcilla o sobre papel es la mirada. La mirada fue su máxima obsesión. Su arte fue reconocido por todos, menos por él. Nunca logró lo que quería, sencillamente porque era imposible dar vida a algo inerte. O quizá sí vieron vida en sus obras sus numerosos admiradores, pero él no.
Eso explica su obsesión por trabajar sobre un limitado número de formas, cabezas, retratos de hombres y mujeres, hombres y mujeres, parejas, estáticas o en movimiento estático, algunos animales. Pocos modelos a lo largo de su vida, repetidos hasta la saciedad, buscando la perfección tan buscada por él y nunca alcanzada. Tuvo que ser muy angustioso y agobiante.
La última década de su vida estuvo llena de premios: De las fundaciones Carnegie y Guggenheim, en 1961 y 62 respectivamente. Bienal de Venecia en 1964, Gran Premio de las Artes de Francia en 1965 y después de su muerte más premios y retrospectivas hasta el 69. Y así hasta el día de hoy.
Exteriormente una vida plana, interiormente un gran incendio.
La exposición
La exposición se divide en seis secciones concebidas como un guiño a la constante preocupación del artista por sus modelos: “Cabeza”, “Mirada”, “Figuras de medio cuerpo”, “Mujer”, “Pareja” y “Figuras en la lejanía”.
1. Cabeza
¡Si no tenemos la cabeza, no tenemos nada! Giacometti había llegado al fin de su etapa surrealista. André Breton deseoso de reconducirle ‘al buen camino’ le respondió: Una cabeza, ¡todo el mundo sabe lo que es una cabeza!. Y Giacometti dijo simplemente: Yo no lo sé.
En 1934 abandonó el grupo de los surrealistas, para volver a la representación del natural, centrándose en la cabeza humana y en el paradigma distancia-escala, principio de la vía a la reducción de las figuras.
Las cabezas y los cuerpos se convierten en esculturas frágiles cada vez más reducidas. Las caras de los modelos desaparecen bajo las líneas de un cráneo universal repetido de memoria. Sólo veía los detalles y no el conjunto de la cabeza. Y como yo quería ver el conjunto, los hacía retroceder. Y a medida que retrocedía, la escultura disminuía y disminuía…
Cabeza sin cráneo de 1958, muestra la permanencia de la dualidad cabeza-cráneo, en las nuevas soluciones formales adoptadas ya en la posguerra. El artista capta en ella la presencia de la muerte dentro de lo vivo, rompiendo así con la dimensión realista de la escultura figurativa clásica. La frente, justo con el grosor suficiente para sostenerse, se asemeja más a una cabeza viva.
De esa misma época son sus retratos, particularmente los de su hermano Diego y de su esposa Annette, quienes posaron para él diariamente durante más de veinte años. La escultura que realizó el año anterior a su muerte a partir de su último modelo, el fotógrafo Elie Lotar (Cabeza de hombre – Lotar I), disuelve la identidad del rostro en aras de una estructura craneal universal que también puede verse en dibujos pintados de memoria y en sus series de retratos grabados o dibujados.
2. Mirada
Si la mirada –es decir, la vida– es lo esencial, no hay duda de que lo esencial es la cabeza. La única cosa que queda con vida es la mirada. El resto, la cabeza que se transforma en cráneo, se convierte en el equivalente al cráneo de un muerto. Lo que la hace viva es la mirada y eso era lo que quería esculpir.
Cabeza-cráneo. Alberto Giacometti Estate/VEGAP 2015Giacometti se enfrenta con dolor a lo que él considera como un fracaso al reproducir lo que su ojo y su espíritu captan, sobre los dos planos distintos que componen su percepción de la realidad. En sus dibujos la mirada es tratada de forma individual, pero también como un todo que represente al modelo, al que intenta captar en su totalidad.
Lo que confiere vida a la representación es la mirada. No obstante, una amenaza se cierne sobre esa sensación fugitiva de la mirada que, en un retrato es el elemento más difícil de captar. La Cabeza- cráneo creada en 1933, un año después de la muerte de su padre, recuerda la importancia que para los surrealistas tenía el tema macabro de la enucleación o extirpación de un órgano, glándula, etc., de donde estaba alojado, tratado de forma sorprendente por Dalí y Buñuel en 1929, en Un perro andaluz. Este cráneo geométrico con una sola órbita, vacía y perfectamente circular rodeada de ángulos, es toda una evocación de la muerte: …la única cosa que quedaba con vida era la mirada. El resto, la cabeza que se transformaba en cráneo, se convertía en el equivalente al cráneo de un muerto.
En un estilo que combina el naturalismo y la referencia al arte egipcio, el Busto de hombre de yeso pintado, hacia 1962, con su mirada enrojecida y alucinada, evoca la persistencia de este motivo angustioso. En los dibujos, la mirada es tratada como fragmento esencial y síntesis de las facetas del ser que el artista intenta aprehender en su totalidad.
Fragmento de entrevista con André Parinaud, 1962 .
- ¿Esculpe usted por los ojos?
- Por los ojos. Únicamente por los ojos. Tengo la impresión de que si consiguiera copiar un ojo, aunque solo fuera un poco, tendría la cabeza completa. Sí, sin ninguna duda. Lo único es que eso parece completamente imposible. ¿Por qué? ¡No tengo ni idea!
- ¿Podría decirse, Giacometti, sin exagerar, que sus esculturas de cabezas tienen como único objetivo sostener la mirada, intentar comprenderla y circunscribirla?
- No pienso directamente en la mirada, sino en la propia forma del ojo… en la apariencia de la forma. Si captase la forma del ojo, el resultado sería algo que se parecería a la mirada. Sí, tal vez todo el arte consista en conseguir situar la pupila… La mirada está hecha por el entorno del ojo. El ojo siempre tiene un aspecto frío y distante. Lo que determina el ojo es lo que le contiene. Pero la dificultad para expresar realmente ese “detalle” es la misma con la que nos encontramos para comprender el conjunto. Si yo le miro a usted de frente, me olvido del perfil. Si miro el perfil, me olvido de la cara. El hecho está ahí. Nunca consigo captar el conjunto. ¡Demasiadas etapas! ¡Demasiados niveles! El ser humano es complejo y no consigo aprehenderlo. El misterio se espesa sin cesar desde el primer día…
3. Figuras de medio cuerpo
“No vemos realmente a la gente en su tamaño natural”
Tras la guerra, Giacometti diseña el encuadre y el tamaño de la figura humana desde su propia visión, ya no se rige por las normas de la representación naturalista. Al mismo tiempo propone figuras imponentes, insertas en un encuadre original de medio cuerpo, como el bronce Hombre sentado de 1965. Este cuerpo-montaña, más pequeño que el natural, parece dilatarse hasta invadir el espacio …como si se pudiera estirar la materia misma hasta el infinito, ¿no? Como una bolita de tierra no trabajada, que cuando se trabaja parece volverse más grande, y cuanto más se la trabaja más aumenta…
Cuando estoy delante de una cafetería y miro a la gente pasar por la acera de enfrente, la veo muy pequeña, como figuritas muy pequeñas, cosa que encuentro maravillosa. Pero me es imposible imaginar que son de tamaño natural. Es decir, a esa distancia se convierten en simples apariencias. Si la persona se acerca, se transforma en otra persona. Pero si se acerca demasiado, pongamos a dos metros, entonces ya no la veo, es decir, ahí ya no tiene el tamaño natural; ahí ha invadido todo mi campo visual. Y la veo borrosa. Y si se acerca un poco más, entonces la visión desaparece por completo. ¿Qué ocurre? ¿Se pasa de un ámbito a otro?
4. Mujer
Siempre creo a la mujer inmóvil, a un hombre siempre caminando…
A Giacometti, el cuerpo le plantea la cuestión de la ambigüedad de su relación con la feminidad y con la pareja. Giacometti define pronto un arquetipo de desnudo femenino de pie, cuyo volumen y características sexuadas evolucionan desde la estilización geométrica de las primeras obras hasta su estilo de madurez.. El bronce Desnudo de pie sobre pedestal cúbico (1953), evoca esa feminidad distante, deificada, que Jean Genet describió en 1963 en su libro-testimonio, L’atelier d’Alberto Giacometti.
En sus dibujos matiza esta visión de feminidad totémica, sobre todo en los retratos de las mujeres que ama.
Giacometti vive varias pasiones determinantes en la evolución de su obra. Antes de la guerra, Isabel Nicholas es el centro de su crisis de reducción de la escultura. Pero en 1945, el recuerdo de su cuerpo le inspira una producción ‘en grande’ y a partir de 1947 evoluciona hacia las altas figuras delgadas de su estilo de madurez. Su esposa Annette comprende que sus relaciones con otras mujeres actúan como un motor para su creatividad y tolera sus escarceos con las camareras de los bares de Montparnasse, donde conoce en 1959 a Caroline que marca los últimos años de su obra.
Fragmento de L’Atelier d’Alberto Giacometti, Jean Genet, 1963
A.G. – Cada escultura es claramente diferente. Sólo conozco las esculturas de mujeres para las que posó Annette y los bustos de Diego.Y si ante esas mujeres tengo la sensación de estar ante diosas, –diosas, no esculturas de una diosa– ante el busto de Diego nunca he alcanzado esa altura…
Giacometti, a quien leo este texto, me pregunta mi opinión sobre el porqué de esa diferencia de intensidad entre las esculturas de mujeres y los bustos de Diego.
J.G. –Tal vez sea … tal vez sea que, a pesar de todo, la mujer te parece naturalmente más lejana… o que quieres hacerla retroceder…
A.G. – Sí, puede que sea eso.
Continua su lectura; pero vuelve a levantar la cabeza, se quita sus gafas rotas y sucias de la nariz…
A.G. – Tal vez sea porque las eculturas de Annette muestran todo el individuo, mientras que Diego solo es el busto. Está cortado, luego es convencional. Y esa convención es lo que lo hace menos lejano.
Echa de menos los burdeles ya desaparecidos. Creo que han tenido, y su recuerdo sigue teniendo, un lugar demasiado importante en su vida como para no hablar del tema. Me parece que entraba en ellos casi como un adorador. Iba para verse arrodillado frente a una divinidad implacable y lejana. Entre cada puta desnuda y él, tal vez hubiera esa distancia que se aprecia entre nosotros y cada una de sus estatuillas. Cada escultura parece retroceder hacia el interior de una noche, o venir desde ella, tan lejana que se confunde con la muerte: es como si cada puta debiera regresar a una noche misteriosa en la que fue soberana. Y él, abandonado en la orilla, la ve desde allí encogerse y crecer a la vez, en un mismo momento…
5. Pareja
La distancia que nos separaba, y que me parecía infranqueable pese a mi deseo de atravesarla, me impresionaba tanto como las mujeres…
En 1949 Giacometti se casa con Annette Arm, a quien había conocido en Ginebra en 1943. A su regreso a París en 1945, se convierte en su modelo principal y encarna su visión cambiante de la feminidad. Ya hemos dicho que Annette consentía relaciones con otras mujeres en favor de su creatividad.
Giacometti suele representar parejas, a menudo asexuadas, que no llegan a tocarse. La distancia entre los cuerpos es en ocasiones explícita, representando una figura en primer plano y otra que desaparece en la lejanía; otras veces las parejas parecen acercarse, paso a paso , el uno hacia el otro y adelantan la mano hacia el rostro del otro en un gesto de ternura infinita. Esta dualidad es especialmente conmovedora en su autorretrato, en el que Giacometti se representa en un espejo junto a una mujer que lo rodea con un brazo..
La pareja, (1927) claramente surrealista, tiene su origen en las artes primitivas, en versión de Giacometti. La fuerza totémica de estos dos ídolos es una evocación simbólica de los atributos sexuales masculinos y femeninos, y al mismo tiempo una representación de las máscaras africanas. Figuras frontales, hieráticas, actúan sobre dos planos paralelos, sin contacto posible.
6. Figuras en la lejanía
Todo el proceder de los artistas modernos está en esa voluntad de atrapar aquello que constantemente se escapa. Si estoy en la terraza de una cafetería, veo a la gente minúscula. ¡Su tamaño natural deja de existir!
Hombre que anda, figuras de pie sobre peana, bustos de hombre de frente y de perfil. Dibujo a bolígrafo azul. 1959. Alberto Giacometti Estate/VEGAP, 2015Una de las preocupaciones de Giacometti a lo largo del tiempo fue la relación entre el cuerpo, la distancia y la escala. Él intenta situar la figura humana en el espacio a escala de su visión y alterna en el tiempo las figuras monumentales con las pequeñas figuras frágiles que parece que van a desparecer.
Desde la crisis de actividad de la década de 1940, Giacometti intenta retener la sustancia de los cuerpos, que se ha vuelto huidiza. Algunas figurillas, como visiones lejanas, se disuelven en el espacio, como vagas siluetas verticales apenas evocadas. En los dibujos y en las litografías, el blanco de las hojas apenas está habitado por figuras filiformes aisladas u hormigueantes.
Para Jean-Paul Sartre, Giacometti ha sabido dar a su materia la única unidad verdaderamente humana: la unidad del acto.
Ficha de la exposición.
- Título: Giacometti, el hombre que mira.
- Lugar: Fundación Canal, calle Mateo Inurria 2. Madrid, España.
- Fechas: 31 de enero a 3 de mayo 2015
- Coproducida por Fundación Canal y Fundación Alberto Giacometti.
- Comisarias: Cathérine Grenier y Mathilde Lecuyer.
- Entrada gratuita.