Es difícil discutir una frase que todo el mundo cita, con buen criterio: “ningún sistema educativo puede ser mejor que sus profesores”. Pertenece al muy reputado Primer Informe McKinsey sobre sistemas educativos (un análisis de los sistemas educativos de mayor reconocimiento mundial), que la consultora británica dedicada al análisis económico, McKinsey & Company, hizo público en 2007.
Sabemos, y no sólo gracias a ese informe, que ni la mayoría de las reformas que se acometen a diestro y siniestro por todo el orbe ni el crecimiento en el gasto educativo han logrado mejorar significativamente las capacidades de aprendizaje. Dicho informe hacía depender el éxito de un sistema educativo (entendido el éxito como la obtención de los resultados de aprendizaje previstos) de su capacidad “para seleccionar a los mejores profesores y formarlos adecuadamente”. Capacitación es la palabra.
De 2010 es al que ahora llamaré Segundo Informe McKinsey sobre sistemas educativos. Sus conclusiones eran similares. Y es que, como afirma el pedagogo, experto en innovación educativa y catedrático Javier Tourón[1], “los sistemas educativos mejoran si lo hacen los profesores, también sus directores que deberían ser auténticos líderes de la instrucción”. Tourón es, hay que decirlo cuanto antes, partidario de que lo público interfiera lo menos posible en todo esto, pero, a los efectos de lo que quiero destacar, sus afirmaciones son de muchísimo interés. Por más que no se entienda cómo se van a conseguir buenos profesores sin políticas públicas, sociales. Ni sin medios, si hacemos caso a otra pedagoga que en esta línea es capaz de afirmar que “la escuela necesita personas, no medios”. La frase es de Mar Romera, la profesora autora del libro La escuela que quiero.
Pero no me desvío del asunto. En el análisis que Tourón y otros pedagogos llevaron a cabo del Informe TALIS (conocido como Estudio de la OCDE sobre la Enseñanza y el Aprendizaje: TALIS es el acrónimo de Teaching and Learning International Survey), de 2013, concluyeron dos verdades incómodas:
“La inmensa mayoría de los profesores no reciben casi nunca orientación (feedback) sobre su trabajo por parte de nadie (ni colegas, ni directores). Los que sí lo reciben son los que parecen emplear en sus clases los modelos educativos más innovadores, pedagógica y tecnológicamente, más metodologías centradas en el estudiante, una mayor tendencia a la personalización del aprendizaje, etc.”
Se hace imprescindible y urgente la mejor formación de los profesores. Pero también, de forma pareja, hay que hacer que su imagen y su consideración social crezcan en el ámbito de la sociedad civil.
Existe otra óptica del asunto que también concluye exigiendo la redefinición de la categoría profesional y la autoridad de los profesores. Una que desconsidera completamente a la tan traída y llevada innovación educativa (la que sí da ese feedback, según Tourón). Retomo lo que ya escribí sobre ello en su momento para Periodistas en Español (‘La educación: de dónde viene, a dónde va’):
Frente al modelo tradicional, para muchos obsoleto, rancio, retomando un impulso ya casi antiguo, cuando acababa el siglo pasado explotó parece ser que ya para siempre el imperativo de la innovación educativa.
En este sentido, ya digo, no todos los que se interesan por los problemas del sistema educativo transitan por los caminos de la sacrosanta e impostergable innovación educativa. Ejemplo paradigmático de quienes consideran que toda esa renovación no es más que un bluf dañino es el profesor de Filosofía José Sánchez Tortosa[2]. Para él “la subjetividad sentimental y emocional, los espejismos de la felicidad y de la libertad espontánea del niño (del buen infante, un mito que arraiga en aquel otro del buen salvaje), amén de un infantilismo creciente, han ocupado el centro de las funciones de los profesores, subordinados a la psicopedagogía y reducidos al cometido de contener y entretener a bolsas de sujetos en edad prelaboral en ausencia de los progenitores o tutores legales”. Semejante “modelo o paradigma pedagógico ha arrebatado la autoridad al profesor para entregársela a los departamentos de orientación.”
Repito, pues. Se hace imprescindible y urgente la mejor formación de los profesores. Pero también, de forma pareja, hay que hacer que su imagen y su consideración social crezcan en el ámbito de la sociedad civil.
- [Javier Tourón: “Los profesores son la clave, ¿quizá olvidada?, del sistema educativo”. Ined21, 8 de febrero de 2019)
- José Sánchez Tortosa: El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo‘. Akal, 2018.]
Postdata. Siempre y cuando no cuaje la idea de que se puede aprender sin profesores, según parecen haber demostrado unos científicos suizos. Es posible aprender durante el sueño, a juzgar por los resultados de un estudio publicado en la revista Current Biology por investigadores de la Universidad de Berna (Marc A. Züst, Simon Ruch, Roland Wiest y Katharina Henke). Según su trabajo, en la tercera fase del sueño sin movimientos oculares rápidos (NMOR), la del sueño de ondas lentas, se puede aprender. Ahí lo dejo.
Sí, la noticia es cierta, pero yo ahora hablaba (escribía) en broma.
Es inadecuado intentar resumir «El culto pedagógico» de Sáchez Tortoso en esas pocas lineas. Dice mucho más en su obra y la idea que usted muestra lleva a equívocos. Además vale que me cite a Javier Tourón, pero otras personas citadas no llegan a su altura intelectual. Las similitudes por contigüidad son muy peligrosas.
Agradezco su lectura. No obstante, no he pretendido resumir nada ni escribir un ensayo que analice algo tan complejo. Es un texto para hacer reflexionar a quien quiera reflexionar sobre estos asuntos. Para quien ya haya reflexionado todo lo reflexionable y sea un experto, este artículo es normal que acabe defraudándole.