Cuando ante una foto que levanta sospechas de estar trucada nos planteamos la pregunta de quién puede haber sido el manipulador, se suele señalar directa e indefectiblemente al fotógrafo que tomó la foto. La realidad, en cambio, suele ser bien otra. La mayoría de las fotos manipuladas no las truca el fotógrafo que las hace, sino que son ‘intervenidas’ en el proceso de edición –la posproducción– por hábiles expertos en tratamiento de imagen que practican en las fotos los ‘toques’ dictados por la dirección de agencias y medios.
En la cima de estas manipulaciones, tanto o más flagrantes que las que puede hacer un fotógrafo que presenta una foto ‘amañada’ a concurso, están los gatekeepers, los ‘guardianes de la puerta’, para decidir qué constituye noticia y a qué parte del planeta debemos fijar nuestra atención: “forjar en definitiva la opinión pública seleccionando unos contenidos y no otros dentro del inmenso caudal de actualidad posible”, señala Pepe Baeza.
Las manipulaciones se justifican como “acatamiento de políticas editoriales, simpatías ideológicas, lógicas mercantilistas o presiones de lobbies”, explica Juan Fontcuberta.
“En la escala que media entre el suceso y el público”, concluye Fontcuberta, “ el fotoperiodista ocupa justamente el eslabón más débil y por ello asume la principal carga de condenas y castigos.”
Justo lo que le ocurrió a Brian Walski, fotógrafo de la plantilla de Los Angeles Times cuando el 31 de marzo de 2003 el periódico reprodujo a tres de las cinco columnas de su portada la impactante foto de un soldado británico apuntando con su fusil de combate a un hombre que se incorpora con un niño en brazos entre un grupo de civiles iraquíes sentados en el suelo en un descampado en las afueras de Basora.
Acto seguido una serie de medios publicaron de inmediato la fotografía, distribuida por Reuters, como el Hartford Courant, que la reprodujo al ancho completo de su primera página.
Una vez impresa y difundida, se pudo comprobar que las figuras de varios civiles del grupo de fondo estaban duplicadas, lo que hizo sospechar de manipulación. Así había sido, en efecto. Walski admitió haber combinado elementos de dos tomas consecutivas con el fin de “obtener simplemente un resultado más dramático” de la escena, sin falsear nada, tan solo componiendo una imagen con elementos de dos fotos del mismo motivo con los mismos actores tomadas en instantes distintos.
La dirección del periódico entendió la manipulación como un descrédito del periodismo en general y una amenaza a la reputación del rotativo en particular, por lo que enarboló la bandera de la deontología profesional y despidió de manera fulminante al fotógrafo. La solución más usada por los poderosos: matar al mensajero.
No se quedó Reuters a la zaga en desmarcarse del montaje, agencia que proclama tolerancia cero con cualquier falsificación de imágenes, como recuerda constantemente a sus fotógrafos, tanto de plantilla como colaboradores. En un comunicado que hizo público sobre el caso, Tom Szlukoveny, director de fotografía, declaró: “No hay violación más grave de los estándares de trabajo para los fotógrafos de Reuters que la manipulación deliberada de una imagen.”
“Lo farisaico de esta situación”, concluye Fontcuberta, “es que los editores se rasgan las vestiduras y esgrimen los códigos deontológicos cuando estas prácticas son efectuadas por los fotógrafos, pero no tiene inconveniente en asumirlas y justificarlas cuando obedecen a los intereses institucionales o empresariales de sus propios medios. Un rasero distinto que no hace más que traslucir los abismos jerárquicos del poder y que constata, desengañémonos, que el horizonte de los medios de comunicación no es la verdad, sino las ganancias. ¡Elemental, querido Watson!»
Ahí estamos. La imagen compuesta de Walski en nada modifica la esencia de lo ocurrido: tan solo aúna dos instantes de una escena en una sola imagen.
La defenestración del fotógrafo pillado ‘in fraganti’ con la manipulación de una imagen se ha convertido en fácil ‘deporte’ recurrente para los inquisidores de turno. Matar al mensajero es práctica antigua cuando las noticias molestan.
Desde entornos comprometidos de algunos sectores minoritarios siguen surgiendo quejas aisladas contra la lapidación cuando un fotógrafo es pillado ‘con las manos en la masa’. Piden para el fotógrafo simplemente lo mismo que tienen los restantes profesionales de las noticias: libertad para hacer correcciones, pulir el estilo o, en este caso, ajustar la forma del continente, que no del contenido del mensaje. ¡Soy uno de ellos!
En mi caso, como además de defensor a ultranza de la libertad de expresión y luchador por los derechos del fotógrafo también soy defensor no menos comprometido con el derecho del lector a recibir los datos que hacen al caso del mensaje que le es ofrecido, si noticia, crónica, reportaje, ficción o, en este caso, re-creación de la fotonoticia, y sobre todo como militante por la ética y la deontología profesional del conjunto de actores que intervienen en el proceso completo de la comunicación periodística…
…por todo ello apoyo la publicación de re-creaciones fotográficas de dos o más fotogramas sueltos para ilustrar una noticia o una idea, concepto o sentimiento básicos… siempre y cuando así se declare en el pie de foto. El retoque ético en fotoperiodismo pasa necesaria e inexcusablemente por informar al lector en el pie de foto de la manipulación practicada a la fotografia.
Matar al mensajero solo redunda en aumentar el poder de los poderosos, temibles gatekeepers.
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Enlaces:
- Retoque ético /1: Imágenes del apocalipsis
- Retoque ético /2: Cuando lo digital se da de bruces con la ética
- Retoque ético /3: Mejorando lo presente
- Retoque ético /4: Matar al mensajero
- Retoque ético /5: (Ir)realidad virtual
- Retoque ético /6: “Situation Room”
- Retoque ético /y 7: Por ejemplo, Urbanizarte
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