El Premio Anagrama de ensayo reflexiona sobre el populismo desde el estado del malestar en las sociedades contemporáneas
Como un nuevo fantasma, el estado de malestar recorre occidente. Se trata de una corriente de opinión que trata de desmitificar el concepto de estado de bienestar que los países europeos establecieron tras la Segunda Guerra Mundial, para contrarrestar, en la opinión pública, los supuestos beneficios que los regímenes comunistas habrían conseguido para el proletariado al otro lado del telón de acero.
Ese estado de malestar, que se ha instalado en las democracias liberales, está representado por nuevas fuerzas políticas surgidas desde el desencanto y la indignación y que, como un nuevo adanismo, descalifican todo lo anterior desde presupuestos populistas. Esta es una de las ideas centrales que recoge “Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas”, del catedrático de Filosofía José Luis Pardo, galardonado con el último Premio Anagrama de Ensayo.
José Luis Pardo hace un recorrido por la historia de la Filosofía, desde Platón a Marx (con paradas especiales en Hobbes y Carl Schmitt), para explicar la génesis y la situación actual de ese estado de malestar que amenaza con liquidar los regímenes parlamentarios en los que se asientan las estructuras políticas de las actuales sociedades occidentales y, de paso, terminar con el contrato social rousseauniano en que se apoyan el Estado de Derecho y las libertades públicas. Pardo parte de la idea del prestigio que el comunismo (palabra que hoy los propios comunistas tienden a enmascarar en eufemismos diversos) tenía en el siglo XX (al menos hasta la caída del muro de Berlín), con su carga de trascendencia y con aquella visión que abarcaba todas las esferas vitales del mundo.
Los militantes comunistas creían contribuir a la marcha de la Humanidad hacia su emancipación colectiva, según la idea de Historia Universal de Hegel, en la que los hechos son consecuencia unos de los otros y por lo tanto es posible influir en la fase histórica siguiente a la presente. El coste de ese concepto de la Historia es la guerra, y sus principales protagonistas son los “individuos histórico-mundiales” (Alejandro Magno, César, Napoleón). Marx cambió la guerra por la revolución (“la única guerra justa”) y sustituyó los individuos histórico-mundiales por las clases sociales y sus dirigentes, a los que se unieron los intelectuales comprometidos, aquellos que no sólo defienden una posición teórica sino que arriesgan la vida para su puesta en práctica (sin olvidar que estar dispuesto a dar la vida por las ideas, dice José Luis Pardo, significa también estar dispuesto a matar por ellas).
Ser independiente estaba entonces mal visto; había que comprometerse: “Ningún intelectual podía ser declarado auténticamente tal si no era un intelectual comprometido. Comprometido con el comunismo, por supuesto” (p. 71). El paradigma de intelectual comprometido era Jean-Paul Sartre, quien en su polémica con Camus reprochó a éste que algunos de sus libros complaciesen a lectores de derechas. “Si la derecha tuviera la verdad yo me haría de derechas”, le respondó Camus. José Luis Pardo reprocha a Sartre haber preferido la mentira, como prueba el hecho de no haber dicho la verdad sobre la falta de libertades en la Unión Soviética, pese a que conocía muy bien la situación; ni siquiera sobre la libertad de expresión, de la que él se beneficiaba viviendo en occidente. Otros intelectuales, ante el desprestigio del régimen soviético a raíz de haberse divulgado los excesos de la represión estalinista, comenzaron a situar su compromiso en otros comunismos más radicales: China, Camboya, Cuba, Vietnam… cuyos resultados han quedado como experiencias revisables para la Historia.
La politización del arte y la estetización de la política
Para explicar gráficamente el desarrollo de la nueva política el profesor Pardo utiliza el ejemplo de las vanguardias artísticas desde la aparición de la “Fuente” de Marcel Duchamp, aquella escultura que era un urinario situado en el contexto de una exposición de arte. El objetivo de Duchamp, como el de las vanguardias, era terminar con la diferencia entre el Arte y el no-Arte, inaugurar un mundo en el que el Arte estuviera diluido en la vida: un mundo sin Arte y sin belleza (o un mundo todo Arte y todo belleza). No era tanto inaugurar una nueva etapa de la historia del Arte como clausurar para siempre esa historia, terminar con el Arte como categoría estética y social. O sea, politizar el Arte.
Como en la Historia según Hegel, en esta nueva etapa las vanguardias serían la anticipación de algo que había de llegar. Lo malo es que lo que llegó, aupado en las ideas de esas vanguardias artísticas, fueron los regímenes totalitarios. Por eso, afirma José Luis Pardo, “no solamente existe un vínculo histórico objetivo entre los artistas vanguardistas de principios del siglo XX y las políticas de vanguardia de los totalitarismos que fueron sus contemporáneos, sino también entre los artistas neovanguardistas actuales y los populismos neocomunistas o neofascistas que son hoy nuestros contemporáneos, desde Donald Trump hasta Nicolás Maduro” (p.273).
Así como las vanguardias trataban de terminar con el Arte, los nuevos populismos tratarían de acabar con la Política, diluirla en la vida. Se trata de hacer la lucha política en la calle, fuera de las instituciones, ya desprestigiadas y sin capacidad por tanto para hacer política. Para los populismos la representación que tienen esas instituciones es más en el sentido teatral de puesta en escena que en el auténtico de representar los intereses de la gente. Y así como los antiguos militantes comunistas revolucionarios se convertían en protagonistas de la Historia, los actuales seguidores de los populismos serán los protagonistas de ese otro estadio que consiste en terminar con la Política.
Ahora vivimos en una nueva sociedad en la que, para convencer, la razón tiene que reforzarse con la emoción. Para que sean bien acogidas, las ideas han de ir envueltas en un halo de persuasión emocional. En el siglo XXI los “individuos histórico-mundiales” y los líderes revolucionarios han sido sustituidos por las estrellas de Hollywood y los cantantes de rock; la Historia es ahora el espectáculo mediático, mientras la nueva guerra, que se inició el 11-S con el ataque a las Torres Gemelas, ya no es entre naciones y potencias; ha mudado en un conflicto sin ejércitos regulares ni contendientes identificados, en una guerra sin victorias ni derrotas. Para los populismos la guerra y el enfrentamiento, en cuanto estado de malestar, constituyen su condición y su esencia. Los nuevos populismos coinciden con Carl Schmitt cuando éste afirma que la esencia de la política es la guerra. Y con Ernesto Laclau y su teoría de que la estetización de la política consiste en el antagonismo y no en el pacto. Para Laclau los antagonistas son el régimen, la oligarquía, los grupos dominantes, el poder, el neoliberalismo… El populismo trataría de superar la contradicción entre el todo y la parte: los nuestros son el pueblo, cuyos intereses son los de todos.
Además, los movimientos populistas han añadido nuevos componentes que sustituyen al viejo esquema izquierda-derecha: por una parte los términos arriba-abajo y por otra la opción entre lo viejo y lo joven, ilustrada por el fin de la cultura analógica frente a la digital, la sustitución de la opinión pública por las redes sociales y, en fin, la civilización de estructuras rígidas y perdurables por aquella modernidad líquida anunciada por Zygmunt Bauman.
Spain is not different
En España, el estado del malestar nació también de la indignación y el descontento. El No a la Guerra cuando la invasión de Irak, la concentración convocada por SMS ante la sede del Partido Popular la víspera de las elecciones del 2004, la crisis económica y las concentraciones del 15-M en la Puerta del Sol de Madrid, iniciaron un enfrentamiento contra el consenso entre los partidarios del estado de bienestar, un malestar al que se subieron en marcha los independentistas catalanes.
Ese estado de malestar se vehicula con reivindicaciones como la de seguir luchando contra la dictadura cuando ya se ha hecho la transición a la democracia (una transición invalidada por los líderes del malestar que la califican de ficción) y en reclamar este nombre, el de democracia, para lo que, según José Luis Pardo, tiene todas las trazas de ser una dictadura.