Introspección, disciplina, comportamiento rutinario, cuidado de los menores detalles, apego a ciertos objetos, alto rendimiento en las áreas de interés son características que adjetivan a las personas con autismo y también a los grandes escritores y escritoras.
Xulio Formoso: Luis SepulvedaLa primera vez que escuché la palabra autismo fue en mi escuela primaria. Estábamos en el patio de recreo cuando una compañera de un grado superior me gritó: “¡Pareces autista!” En ese momento no sabía yo exactamente qué era eso pero sí entendí perfectamente que el epíteto fue pronunciado en tono de insulto. Me quedé paralizada sin saber qué responder, me di la vuelta y, para ocultar las lágrimas que salían a borbotones de mis ojos, me puse a contar los azulejos que cubrían el pasillo que recorría las aulas.
Al llegar a casa se lo conté a mi papá; él, con la sabiduría que le caracterizaba, me tranquilizó: “esa niña te dice eso porque tú sabes escribir mejor que ella y eso le asusta”. A partir de ese momento me identifiqué como autista hasta que varios años después leí “La vida exagerada de Martín Romaña”, del autor peruano Alfredo Bryce Echenique; entonces, con ese personaje, aprendí que una puede volverse loca a conveniencia. Así dejé de ser La Autista para convertirme en La Loca.
Sin embargo, hoy 2 de abril, cuando se celebra el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, como una pequeña aportación o acción positiva para llamar la atención sobre esta compleja característica diferencial que se manifiesta tanto en niños, niñas, adolescentes y personas adultas, recupero mi vieja identidad y afirmo con el Dr. Aspergen que para tener éxito en las ciencias y el arte se debe tener cierto nivel de autismo. El autismo no es una patología, es un estilo de ser en el mundo y una forma de establecer relaciones humanas tan particulares como cualquier otra.
Este año 2015, el tema seleccionado fue “El empleo: la ventaja del autismo” tomando en cuenta que más del 80 % de las personas adultas están desempleadas convirtiéndose esto en signo de discriminación ya que muchas de ellas tienen una capacidad productiva sin igual. Si bien las personas con autismo manifiestan cierto trastorno del desarrollo en algunas áreas, simultáneamente logran una mayor competencia en el pensamiento lógico-matemático, atención a los detalles y concentración en rutinas laborales que otras personas catalogadas socialmente como “normales” o más adecuadamente llamadas neurotípicas.
Creo que mi papá no se equivocó en su diagnóstico: la escribanía supone un des-orden neurológico, cognitivo o social que se armoniza a través del movimiento caligráfico o tecleo. Tics nerviosos, deambulación o autoestimulación cinética son manifestaciones divergentes ante la necesidad de equilibrar el cuerpo con la mente. Viajar recurrentemente tal vez sea la contraparte socialmente aceptada de este espectro. Para quienes no podemos trasladarnos físicamente, una maravillosa opción es hacerlo acompañando a Luis Sepúlveda en cualquiera de sus fantásticas narraciones.
Luis Sepúlveda, el viajero que escribe
Luis Sepúlveda es un chileno universal. Nacido en Ovalle, decidió que su país era muy estrecho para sus sueños y comenzó a viajar por el mundo mientras dejaba por escrito constancia de ello. Más tarde, la dictadura pinochetista lo lanzó al exilio, desarraigo que no logró concretarse ya que el escritor hacía rato que habitaba entre las páginas de sus libros de donde jamás podrán expulsarlo. Quizás uno de los pocos viajes que le falta emprender a Luis Sepúlveda sea el ignoto territorio especular del autismo. Se trata de una travesía que hay que hacer sin baquiano ni guía porque los puntos cardinales pueden cambiar de orientación sin previo aviso. La sorpresa se presenta en un abrir y cerrar de ojos está y, por tanto, la creatividad es la mejor brújula.
Adentrarnos en la espesura de los sentimientos aparentemente desapegados de una persona autista es mucho más arriesgado que ir a la caza de una trigrilla en la selva amazónica de Perú y Ecuador y tan reconfortante como comprender la cultura del pueblo shuar que le dio abrigo a Antonio José Bolívar Proaño, Un viejo que leía historias de amor (1992) a la orilla de un misterioso río.
Para quienes nuestras opciones políticas palpitan del lado del corazón, es imperativo comprender que la solidaridad con las familias autistas (si uno de sus miembros lo es, todo el entorno migra al autismo) es una acción más revolucionaria que cualquiera de las que nostálgicamente se puedan asomar a la memoria al recordar «La sombra de lo que fuimos» (2009) ya que de lo contrario, nuestra vida acabará sin ningún heroísmo en nuestro haber cuando algún tocadiscos u otro objeto de poca monta grotescamente descalabre las ansias de tomar el cielo por asalto como le ocurrió a Pedro Nolasco, quien luego de escapar de la prisión, las torturas y regresar del exilio, encontró la muerte absurdamente en un accidente fortuito.
Para consolidar los hábitos de autocuidado, alimentación o de estudio en una persona con autismo, se requiere la misma dosis de paciencia que la que tuvo en un puerto de Hamburgo Zorbas “un gato grande, negro y gordo” y sus camaradas Secretario, Sabelotodo, Barlovento y Colonello para enseñar a volar a un polluelo en «La historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar» (1996).
Al contrario que Emilio Salgari, quien para narrar sus aventuras recorrió el mundo sin salir de su habitación, Luis Sepúlveda es una invitación al tránsito: desplazándose desde el desierto del Sahara hasta la Patagonia y denunciando con igual indignación la pesca irracional de ballenas en aguas japonesas como los desencuentros de la humanidad nos confronta con una realidad: el buen humor, la esperanza a toda prueba y el apoyo mutuo abre caminos donde pareciera no haberlos.
A las familias con autismo recomiendo su lectura: seguramente una sonrisa aflorará a sus labios. A quienes como Luis Sepúlveda, ejercen el oficio de escribir, les recomiendo que se den una vueltica por el profundo nicho humano del autismo: descubrirán un mundo insospechado.