La lucha por la reforma agraria en Brasil se ha reactivado en el Pontal del Paranapanema, un conjunto de 32 municipios en el oeste del estado de São Paulo, donde familias campesinas, bajo el liderazgo de José Rainha Junior, están levantando campamentos con tiendas improvisadas de plástico en tierras públicas cercadas ilegalmente por hacendados o en otras que han sido abandonadas, informa Mario Osava (IPS) desde Sandovalina.
«Este semestre es histórico» celebra José Rainha Junior, al enumerar las ocupaciones de tierras por centenares de familias campesinas en cada uno de los ocho campamentos instalados en áreas de los municipios de Sandovalina, Euclides da Cunha, Caiuá, Rosana, Marabá Paulista y en tres más que con nombres de antiguos presidentes brasileños: Bernardes, Epitacio y Venceslau.
Ocupan tierras públicas, ilegalmente apropiadas por hacendados, o predios que nada o muy poco producen, por lo que no cumplen la función social que exige la Constitución brasileña a la propiedad privada.
Carlos Marighella, el líder guerrillero de la resistencia a la dictadura militar muerto en 1969; Zumbi dos Palmares, héroe de los esclavos negros; y Marielle Franco, la concejala negra de Río de Janeiro asesinada en 2018 y símbolo de luchas populares, son algunos nombres de los campamentos instalados en los últimos seis meses.
En total son cerca de 2500 familias acampadas, según Rainha, «más que en los años noventa», cuando la región vivió un auge de las ocupaciones y asentamientos de los campesinos sin tierra, luego frenados.
Solo en el campamento Miriam Farias, donde él recibió a IPS, en el municipio de Sandovalina, eran 1037 familias el 7 de diciembre. Se duplicará pronto, vaticinó, basado en el aumento de la pobreza, del desempleo y el hambre en los últimos años en Brasil, debido al estancamiento económico y gobiernos ajenos a cuestiones sociales.
Farias fue una campesina asentada, herida a tiros por pistoleros de los hacendados en 1997, así como otros siete activistas. Murió en mayo de 2021, debilitada por secuelas del atentado. Los asentados son aquellos que recibieron una parcela de tierra para «asentarse» dentro de la reforma agraria.
Rainha lideró las movilizaciones locales de los años noventa como activista del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), principal organización y sinónimo de luchas campesinas en Brasil. Discrepancias lo llevaron a dejar el MST en 2003, sin renunciar a la acción.
En 2014 fundó el Frente Nacional de Lucha Campo y Ciudad (FNL), que lidera la mayoría de las ocupaciones actuales en el Pontal del Parapanema.
Además de la crisis social, logros obtenidos en los tribunales estimularon esa ofensiva. Una disputa de más de cincuenta años acabó finalmente cuando la Justicia reconoció definitivamente que un grupo de hacendados ocupó ilegalmente gran parte de las tierras del Pontal de Paranapanema.
«Son tierras públicas y una ley del estado de São Paulo, de 1985, destina esas tierras a asentamientos de la reforma agraria, eso no tiene vuelta», sostuvo Rainha. La movilización de los campesinos es necesaria para acelerar la ejecución de sus derechos.
Son trescientas mil hectáreas de tierras públicas, estiman procuradores que defienden el patrimonio del estado paulista. «En esas tierras podremos asentar por lo menos diez mil familias, descontando el área de reserva ambiental», calculó Rainha.
Desde el inicio de la reforma agraria, con la redemocratización de Brasil tras el final de la dictadura militar en 1985, el estado de São Paulo distribuyó 150.000 hectáreas a 7133 familias. Fueron 140 asentamientos rurales, de los cuales 98 en el Pontal de Paranapanema.
Es una región donde los poderosos locales se apropiaron de las tierras estatales por siglos. «Acá pasó en el pasado lo que pasa en la Amazonia hoy», comparó Rainha.
Ahora habrá presiones y posiblemente violencia por parte de los hacendados, como ocurrió en el pasado, teme el líder del FNL, quien ya sufrió atentados, en uno de los cuales salió herido de bala. Él tampoco espera benevolencia de los poderes públicos, escarmentado por haber sido preso trece veces a causa de su activismo.
El actual gobierno del estado de São Paulo, por ejemplo, busca aprobar una ley que, bajo pretexto de conceder títulos de propiedad a las familias asentadas, abre la posibilidad de regresión en los pocos avances de la reforma agraria.
Los asentados tendrían que pagar diez por ciento del valor de su parcela de tierra y perderían algunos beneficios concedidos a los que tienen derecho de uso vitalicio de la tierra, y no la propiedad legal, como ellos.
Como propietarios en dificultades serian presas fáciles de ofertas de compra de grupos poderosos, lo que desataría un nuevo proceso de concentración de la tierra. Y los hacendados podrían legalizar predios hoy en su posesión ilegal.
Jueces locales suelen favorecer a los ricos locales, a los que son allegados, lamentó Rainha.
Dictan, por ejemplo, el desalojo de los campamentos a petición de los hacendados, aunque ellos no comprueben legalmente la propiedad de las tierras ocupadas.
Rainha cuenta con el apoyo o por lo menos la neutralidad de los alcaldes, que conocen los beneficios económicos y sociales de la reforma agraria en sus municipios, por la experiencia reciente.
Asentar las familias pobres les asegura vivienda, trabajo, alimentación e ingresos, la inclusión social que una política gubernamental debería promover, arguyó. A los 61 años, él mismo cultiva media hectárea en un asentamiento, donde siembra hortalizas, cría peces y «unas cincuenta gallinas para tener huevos y carne».
Érica dos Reis Andino, de 36 años, ocupa una casucha en la ocupación Miriam Farias, con el marido y dos hijos: «Venimos porque ya no podíamos pagar el arriendo de la casa en Teodoro Sampaio», ciudad a veinte kilómetros, con sus ingresos eventuales y el sueldo del marido en una central azucarera a unos cincuenta kilómetros, donde él va en moto.
«Anhelo obtener una tierra para tener unas vacas de leche, sembrar un huerto y frutas», dijo a IPS. Ya lo intentó antes, sin éxito, después que los abuelos fueron asentados en un municipio cercano. Ahora su familia y la de sus padres están en la ocupación con el mismo objetivo.
La precariedad del campamento se soluciona. El agua, traída por camión desde afuera o de un pozo perforado por un vecino, se almacena en barriles de plástico.
Los niños frecuentan la escuela del Asentamiento Ché Guevara, producto de las acciones del MST en los años noventa, a cinco kilómetros del campamento. Andino solo lamenta no traer el perro, que tuvieron que dejar en la ciudad: «Es muy peludo y acá hay mucho polvo, con la poca lluvia actual», explicó.
La misma situación vive Vilmara Diniz dos Santos, cortadora de caña de 34 años, con un marido vendedor de automóviles, dos hijos y sueños parecidos.
El padre la invitó a acompañarlo en la ocupación. Le molesta la escasez de agua, no la falta de electricidad. Lava la ropa en el río cercano, donde la natación ayudó al hijo de ocho años a renunciar al teléfono celular.
Osvaldo Gomes de Souza, de 47 años, ya fue policía militar un año y funcionario de una alcaldía por quince años, dispensado de trabajar debido a una debilidad cardíaca que lo puso «en la cola de un trasplante de corazón». Ahora cría ganado en nueve hectáreas que arrienda del suegro en un asentamiento.
Se adhirió a la ocupación Miriam Farias por insistencia de su mujer, Marcia da Silva, quien convive con la lucha campesina desde niña. Sus padres participaron de otras ocupaciones hasta lograr una parcela de tierra.
«Descubrí mi vocación a los cincuenta años», bromea Souza, confesando el entusiasmo con que abrazó la causa y la función de coordinador del campamento, que comparte con otros siete acampados. Su casucha de plástico cuenta con la electricidad de la batería de su automóvil.
Su colega en la coordinación Emerson Oliani, de 43 años, ya es asentado en otro predio donde cría vacas lecheras y gusanos de seda. Otro, Valentino da Costa, a los 67 años busca «empezar de nuevo», tras «conocer el mundo como camionero».
«La jubilación no alcanza para vivir bien», por eso espera asentarse con su mujer y producir leche, carne de distintos animales y alguna hortaliza, ahora que los cuatro hijos ya son adultos y encaminados en la vida.