Hoy hace 69 años del incidente de Montgomery (estado de Alabama, Estados Unidos), cuando una mujer negra, entonces de 42 años de edad, se negó a dejar su asiento en una fila destinada preferentemente a los blancos en un autobús. Esa mujer afroamericana se llamaba Rosa Parks.
En aquellos tiempos, en las ciudades del apartheid estadounidense, las primeras filas de los asientos de los autobuses estaban –siempre– reservadas para los pasajeros blancos. Incluso si no había ninguno en el autobús. Los negros tenían derecho a sentarse en los asientos del fondo, donde siempre había menos asientos y eran menos cómodos.
En el medio, había unos cuantos asientos que podían ser ocupados por pasajeros de color [sic], siempre y cuando no hubiera ninguna persona blanca de pie. Si un sólo blanco exigía sentarse allí, todos los pasajeros negros tenían que levantarse y dejar los demás asientos del medio vacíos. Y el tipo que acaba de asentar allí sus posaderas, podía estirarse bien. Alrededor no quedaba nadie. No podía haber ninguna persona negra en los asientos colindantes. Y si no quedaba ningún asiento libre detrás de aquellos, de los asientos segregados, los negros tenían que apretujarse atrás y de pie.
Eso era la «segregación racial», un sistema de humillación e injusticia que en Sudáfrica –y en otros lugares del continente africano– sufría legalmente la inmensa mayoría de sus habitantes. El mundo entero lo llamó apartheid, por su denominación legal en Sudáfrica. En la época de los imperios coloniales, otros sistemas de apartheid existieron en la India y África Central, en países y culturas distintas. En Palestina e Israel, sigue plenamente vigente de otro modo, de la manera más brutal. En una ocasión, durante la guerra de Kosovo a mi intérprete le fue impedido el acceso por ser albanesa. La historia de los irlandeses está llena de otras formas de apartheid que fueron legales. En algunos pubs ingleses figuraba a la puerta un cartel de advertencia que decía: No Irish, no blacks, no dogs.
En los estados del sur de EEUU, la segregación racial se aplicaba en todos los servicios y lugares públicos (baños y aseos, hoteles, ascensores, hospitales, escuelas, etcétera). Los matrimonios interraciales estaban proscritos por ley. El racismo legal ha desaparecido, no así el que rige en distintos comportamientos, en amplios sectores sociales.
Se ha dicho siempre que Rosa Parks iba cansada y que por eso se negó a ceder su asiento. Era costurera y regresaba de una larga jornada de trabajo de diez horas. Parks dijo después que más que cansada físicamente, estaba harta de humillaciones.
Aquel día Rosa Parks estaba sentada en las filas del medio, cuando un hombre blanco reclamó al conductor para que la negra obedeciera y se levantase. Consta que ella se negó de manera educada, pero ante su resistencia el conductor llamó a la policía.
Fue detenida, encerrada en un calabozo y condenada a pasar cinco días en la cárcel y a pagar quince dólares de multa.
Desde la comisaría, usó su derecho a una llamada telefónica para ponerse en contacto con un pastor baptista –entonces aún desconocido– llamado Martin Luther King. Al día siguiente, los afroamericanos boicotearon en masa el servicio de autobuses de Montgomery. Iban a trabajar a pie o hacinados en automóviles o furgonetas. El movimiento se prolongó hasta poner en peligro la supervivencia económica de la empresa de autobuses, porque más de la mitad de sus pasajeros habituales eran negros. Y Rosa Parks se negó a pagar la multa para desencadenar un proceso legal. Meses después el Tribunal Supremo de EEUU declaró ilegal aquel sistema de segregación.
El suceso aparentemente menor de Montgomery se convirtió en catalizador del movimiento proderechos civiles, que continúa de otro modo desde hace décadas, pese a que algunos discursos consideren que sus conquistas fueron totales y definitivas. Algunas de ellas son ciertas, en otros casos no es así.
Lo demuestran las protestas de los últimos años (movimiento Black Lives Matter) contra las brutalidades racistas de la policía en diversos lugares de EEUU (y de otros países, desde luego).
El acto de resistencia de Rosa Parks, que tuvo lugar en 1955, tuvo antecedentes. El más conocido es el de Irene Morgan Kirkaldy (antes llamada Irene Amos Morgan), también afroamericana, quien se negó once años antes que Rosa Parks a ceder su asiento a una pareja blanca. En este otro caso anterior, la joven Irene se resistió al arresto, dio patadas al sheriff que iba a detenerla. Luego, se opuso con uñas y dientes también contra un segundo sheriff que acudió al lugar con su ayudante.
Finalmente detenida, Irene Morgan fue condenada a pagar una multa. Pagó cien dólares por ella, aunque no admitió haber violado ninguna ley porque viajaba en un autobús interestatal, donde el segregacionismo no era obligatorio porque unía estados segregacionistas con otros que no lo eran. En 1946, el Tribunal Supremo falló contra la segregación en el sistema de transportes del estado de Virginia. Entonces, hubo otras demandas del movimiento de derechos civiles. Los estados segregacionistas del sur ignoraron los pronunciamientos de los tribunales… hasta el caso de Rosa Parks, cuando las marchas hacia el fin de las normas de segregación racial se convirtieron en un río caudaloso.
Desde niño he admirado esas luchas contra el racismo, esa resistencia tenaz. Soy blanco y europeo, sí, pero crecí entre noticias de esa lucha lejana por los derechos civiles de los negros y en la época de la guerra de Vietnam. Forman parte de mi aprendizaje democrático y ciudadano.
De modo que en mi memoria retengo también la trayectoria de Angela Davis, así como mis primeras lecturas en inglés que incluyeron Soledad brother, the prison letters y también Blood in my eye, de George Jackson; Jazz, de Toni Morrison. En septiembre de 2024, por no llegar a un avión a tiempo no pude acudir a un acto en París en el que intervenía Angela Davis, de la que había leído hacía poco Freedom is a constant struggle. De sus páginas retendré aquí la cita de un principio que ella atribuye a Martin Luther King: ‘Justice is indivisible. Injustice anywhere is a threat to justice everywhere‘. Hoy, Angela Davis, que cumplirá pronto 81 años, utiliza ese lema –sobre todo– para hablar de los palestinos.
Nuestra memoria colectiva recuerda la liberación de París, nos referimos a los republicanos españoles porque (en 1944) fueron los primeros soldados aliados en llegar al Ayuntamiento parisino. Vemos con orgullo las fotos de los carros y blindados con nombres de batallas de la Guerra de España, pero asumimos un relato en el que olvidamos a los miles de soldados negros y africanos que también liberaron París. https://periodistas-es.com/boum-boum-los-negros-tambien-liberaron-paris-39951
Fueron casi ignorados en las fotos de prensa de aquellos días, los situaron al fondo del desfile que encabezó el general Charles de Gaulle en los Campos Elíseos.
Los principios y la toma de conciencia empiezan siempre en un momento inesperado. El gran campeón histórico de los pesos pesados Muhammad Ali (antes Cassius Clay) escribió páginas brillantes con sus puños y con su estilo, con sus respuestas eléctricas en entrevistas y ruedas de prensa.
Cuando tenía 19 años, acababa de obtener una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma (1960). Al regresar a su país, un camarero se negó a servirle una hamburguesa porque aquel lugar «no era para negros» , según le dijeron. Él lo contó de manera sarcástica:
–The man said, ‘We don’t serve Negroes’. I said, ‘I don’t eat them either’.
Literalmente el hombre dijo ‘No servimos negros’, es decir ‘No servimos a los negros’. Ali replicó: ‘Yo tampoco me los como’. Pensó entonces que qué clase de mundo era éste en el que haber ganado una medalla de oro olímpica para EEUU no le servía ni siquiera para que le sirvieran una hamburguesa en su propio país.
De modo que la larga marcha de todas las resistencias no debe olvidar los sucesos de apariencia menor: la respuesta de Muhammad Ali, el gesto espontáneo de Rosa Parks. Un gesto de apariencia insignificante que marcó otro hito universal –uno más– en la lucha contra todas las injusticias.