La Anatolia o Asia Menor: un nudo histórico de culturas

Roberto Cataldi¹

Hace poco más de una década con mi mujer hicimos el vuelo directo de Estambul a Ankara. El día anterior tuvimos un largo viaje de Buenos Aires a Madrid, horas de espera en Barajas para embarcarnos rumbo a Turquía y, llegamos al hotel estambulí exhaustos, sin embargo nos hubiera gustado haber viajado en el Expreso de Oriente, viviendo el glamour y el clima misterioso de ese viaje inmortalizado en las obras de Graham Greene y de Agatha Christie.

Al amanecer, otra vez en la vereda del hotel con el equipaje a cuestas esperando la furgoneta para el aeropuerto, mientras ya se oía el primero de los cinco rezos propagado desde lo alto de los minaretes. En el Islam los rezos son obligatorios para borrar las faltas cometidas y de acuerdo al Corán los creyentes deben hacerlos diariamente y en horarios precisos.

La relación del gobierno turco con el Islam, el ejército, la población laica y la que profesa otras confesiones, entonces era más bien distendida. Erdogan parecía un político moderado, inteligente, capaz de tender un puente entre Oriente y Occidente que facilitase el entendimiento y, no pocos lo veían como un pacificador de los Balcanes, imagen que se esfumó no bien pretendió transformarse en el sucesor de Ataturk, artífice de la Turquía moderna, llegando incluso a contrariar el pensamiento del propio Ataturk.

Hoy pretende imponer su confesión musulmana a todos y su meta es llegar en el cargo de primer ministro al 2023, fecha en que se cumplirán los primeros cien años de la fundación de la República. Es probable que en este clima mundial de populismos y autocracias su aspiración se concrete, pero lo hará con una postura mucho más ligada al Imperio Otomano que al sistema democrático y republicano.

En fin, con los políticos uno nunca sabe a qué atenerse, ya que por la mañana suelen dar un discurso progresista, teñido de libertad y justicia social, tal vez porque las mejores ideas brotan muy temprano, en ocasiones entresueños, otras veces bajo la ducha, pero al ponerse el sol, los informativos dan cuenta de restricciones a la libertad por motivos de seguridad, recortes presupuestarios, más cargas impositivas, y se anuncian proyectos faraónicos incompatibles con la economía del país pero que benefician a unos pocos. Y para colmo de males hoy se suma el angustiante escenario de la pandemia.

Tras el intento de golpe de Estado en 2016, Erdogan dispuso una purga sin precedentes. Comentan que habría que acudir a la Noche de los Cuchillos Largos en 1934 cuando Hitler liquidó a las milicias de su partido, o a la Gran Purga estalinista de los años treinta, o incluso a la Revolución Cultural de Mao hace más de cincuenta años para hallar un parangón.

Erdogan responsabilizó a Fetulá Güllen, un clérigo actualmente de ochenta años, antiguo aliado, quien vive en Pensilvania, fundador de Hizmet (Servicio), nombre de una cofradía musulmana de inspiración sufí, que se le atribuye el propósito de infiltrarse en las estructuras del poder económico y político según dicen al estilo del Opus Dei católico.

Pero además Erdogan tiene otras amenazas, como el PKK (partido de los trabajadores del Kurdistán), con quien está en guerra después del truncado el proceso de paz iniciado en 2012 o el Estado Islámico.

En 2016 los intelectuales y las industrias culturales se rebelaron, y el gobierno ordenó clausurar 42 editoriales, cientos de libros fueron prohibidos, y más de 150 periodistas y escritores terminaron en la cárcel. Un hecho esperpéntico fue el que protagonizó un fiscal que hizo detener a una periodista kurda, confiscándole obras de Spinoza y Camus, a quienes él consideraba miembros de la organización terrorista PKK. Tengo entendido que entonces con la purga de miles de profesores la universidad fue devastada y muchos docentes no expresaron su desagrado por el peligro de la delación. Curiosamente el libro 1984 figuró entre los más vendidos.

Estábamos en la tierra de Solimán el Magnífico, aquel sultán que con sus conquistas llegó a las puertas de Viena y, recuerdo que solo contábamos con la información  que nos proveía un par de guías turísticas que semanas antes de viajar leímos con fruición en nuestras escapadas de café. Nos llamó la atención un par de recomendaciones: no alquilar auto ni hablar de política, y justamente cuando estamos en el exterior nos gusta alquilar auto e interiorizarnos de la política local.

Algunos me decían que el viaje podía ser peligroso, pero yo creo que estaban influenciados por las películas Expreso de Medianoche y Pasión Turca, esta última basada en la novela de Antonio Gala. Eso sí, antes de viajar leí Estambul de Orham Pamuk. La ciudad que fue capital de tres imperios, antes Bizancio y antes Constantinopla, es el corazón de Turquía, país de quien Bismarck llegó a decir que era el enfermo de Europa.

En Estambul el novelista busca el alma de la mítica ciudad y deja entrever su nostalgia por la grandeza perdida. De Pamuk tuve conocimiento unos años antes que le otorgaran el Premio Nobel de Literatura. Él fue enjuiciado por reconocer en una entrevista a un diario suizo la matanza de más de un millón y medio de armenios y de treinta mil kurdos a manos de los turcos otomanos, en represalia por la alianza contra del Imperio Otomano durante la Gran Guerra.

En efecto, en 1915 ocupaban el gobierno los Jóvenes Turcos y, el 24 de abril comenzaron las deportaciones, también ese día unos 250 intelectuales armenios que vivían en Estambul fueron apresados. La discusión de si fue o no un genocidio está vigente, aunque entonces la palabra no existía. Raphael Lemkin, judío polaco, valiéndose del griego genos y del latín cidio, creó el término luego de estudiar con detenimiento ese exterminio. Claro que el concepto se puede aplicar a otras matanzas que ocurrieron durante ese siglo, incluso en el actual.

Pamuk, nacido a orillas del Bósforo, estrecho marítimo que separa Asia de Europa (junto con el de los Dardanelos) y que divide a la ciudad en dos, vive en los Estados Unidos y pienso que fue coherente con los dos derechos que Baudelaire sostenía que debían añadirse a la lista de los derechos del hombre: el derecho al desorden y el derecho a marcharse.

Él considera que no es la discusión de los momentos más negros del pasado de un país lo que mancha su honor, sino la imposibilidad de discutir. Estoy de acuerdo. En Estambul, más allá de sus recuerdos autobiográficos que remiten a su niñez y juventud, describe con concisión, exactitud y elegancia la tensión entre Oriente y Occidente, dos mundos diferentes que alimentan una inveterada y permanente desconfianza.

Me agrada su mirada, inteligente y escrupulosa, que se posa tanto en la cultura como en la psicología y el humor de la gente que camina por las calles de la antigua Constantinopla. Pamuk se ajusta muy bien a lo que pensaba Camus sobre la escritura: tienen lectores los que escriben con claridad, mientras que los que escriben oscuramente solo tienen comentadores.

La última de Erdogan fue la humillación protocolar que le ocasionó a la presidenta de la Comisión Europea (órgano ejecutivo), Ursula von der Leyen, en el Palacio Presidencial de Ankara, quien pese a su rango fue relegada a un sillón lateral, mientras sus colegas hombres ocupaban sillas de honor. En esa reunión, paradójicamente, la UE intentaba relanzar su relación con Turquía. La acompañaba el presidente del Consejo Europeo (órgano político) Charles Michel, expremier de Bélgica. Ahora piden la cabeza de Michel quien no tuvo una actitud empática, aunque se disculpó aduciendo que no quería que lo percibieran como un paternalista y pensó que causaría un incidente más grave.

En fin, la actitud de Erdogan no debe llamar la atención, pues, allí la sumisión de la mujer es algo habitual. Una plataforma de Turquía denuncia más de cuatrocientos femicidios en el 2020 y, tengo entendido que el gobierno hace años dejó de llevar registro.

Elif Shafak, que hace unos años fue llevada ante los tribunales por considerar que en su novela insultaba a los turcos, luego absuelta, sostiene: ¿De qué sirve el conocimiento si no se puede cambiar nada?

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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