Entre compañeros y compañeras de profesión se cuestiona qué ha ocurrido con los niños y las niñas desde que hace 28 años ratificara España la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Aún sólo son algunos adultos y algunas adultas quienes presumen mayoritariamente de la necesidad de escuchar más a los niños y niñas o de haber leído u oído que son sujetos de derechos, mientras que sólo una minoría de los niños y las niñas son quienes presumen de sentirse escuchados y de haberse apropiado de sus derechos.
Frente a la calificación de la infancia y la adolescencia hay que descubrir las cualidades de los niños y las niñas.
Resulta más provocador preguntar a un niño o una niña por su opinión que por ser grato querer escucharle con unos oídos no adaptados a sus mensajes y códigos. El tiempo de adaptación requiere de mayores dosis de interlocución. Seguro.
1ª calificación: «la opinión de las niñas y niños no es importante«.
Es una tónica. Una constante. Existe una amplia distancia para los niños y las niñas entre el “adulto que me escucha” y el “adulto que considera hacer lo que le digo”.
Se deforma la escucha en una pose pertinente. Y lo pertinente se puede convertir en costumbre.
2ª calificación: «los niños y las niñas no son seres morales«.
Todo por la educación. En cuanto un adulto pretende resolver un asunto que le preocupa de los niños y las niñas aparece la palabra «educación». Todo se resuelve con la educación o todo se debe a la falta de educación. Creo que «educación» es una palabra polisémica, y puede significar para el adulto: adquirir mis costumbres, ir por el recto camino, falta de moral, preguntar menos, ser obediente, etc.
En todo caso, si definiéramos educación como proceso de adquisición de conocimiento para el desarrollo cognitivo, desconozco que exista un ser humano en la tierra que no deba adquirir conocimientos y por tanto aprender a cualquier edad.
Resulta curioso la necesidad de inculcar valores a los niños y niñas, y no mostrarles sus derechos. Esa parece ser la educación.
3ª calificación: «las niñas y los niños son menores (de edad)».
Claro, no los consideramos aún ciudadanos y ciudadanas. Entonces, si a partir de 18 años somos capaces, es dudosa esa capacidad. La inmensa mayoría de los adultos y adultas ni leen ni analizan con criterio propio los programas electorales de las organizaciones políticas que concurren a las elecciones. Entonces es criterio o arbitrariedad.
4ª calificación: «los niños y niñas actúan por imitación«.
Por supuesto, todos los adultos y adultas jamás se dejan influir por los medios de comunicación, y cada vez que leen o escuchan una noticia (además de ser escasas y poco frecuentes) se toman un tiempo personal para la reflexión, la contextualización, el contraste, y el análisis.
Tampoco hay que descartar la imitación o el aprendizaje vicario. En momentos determinados, puede ser una adecuada estrategia de aprendizaje, la observación tampoco conoce de edades.
5ª calificación: «las niñas y los niños son el porvenir«.
Aún no hemos sido capaces de declinar el verbo «por-estar». Efectivamente, si las niñas y los niños no son ciudadanos, son objeto y no sujetos de derechos, carecen de opinión, carecen de moralidad, deben obedecer, etc. Sólo parece necesario educarlos y educarlas para que adquieran ciertas costumbres sociales.
La lista de calificaciones no acaba aquí. Seguro que se nos pueden ocurrir más. Sólo hace falta recordar. Todos fuimos niños y niñas.
Dichas las calificaciones, y a partir de este momento serán conocidas las descalificaciones.
Este conglomerado de calificaciones y descalificaciones diarias de las niñas y niños, identificadas y por identificar, conforman el constructo social que denominamos infancia y/o adolescencia. Ya cada cual ponga el acento sobre lo que califica y descalifica o de quien califica o descalifica. Va por barrios.
Con lo dicho no pretendía sólo hacer juegos de palabras. Quería expresar la diferencia entre la afirmación que el estereotipo social impone a la infancia y adolescencia, y la adquisición de los atributos personales que conforman la identidad de un ser humano independientemente de su edad.
Creo que es necesario atribuir, descubrir y potenciar las cualidades de las niñas y niños para que se expresen, actúen y produzcan.
Respondiendo a lo que cuestionan mis compañeros y compañeras de profesión, quizá durante los 29 años desde la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño por la Asamblea General de Naciones Unidas hayamos aprendido a seguir matizando los nombres diversos de la infancia y la adolescencia pero aún nos quede simplemente acercarnos a los niños y niñas.