Una gata sobre un tejado de zinc caliente de Tennessee Williams vuelve a Madrid por quinta vez y por segunda al Teatro Reina Victoria[1], donde ya se representó en 1984 con Carmen Elías en el rol de Maggie.
Los papeles estelares de Brick y Maggie la gata están a cargo de Eloy Azorín y Begoña Maestre, Big Daddy aquí el abuelo es Juan Diego, que en esta versión y dirección de Amelia Ochandiano figura como protagonista principal. La Big Mama es Ana Marzoa y los papeles de Gooper y Mae los interpretan José Luis Patiño y Marta Molina.
Cat on a hot tin roof se estrenó en Broadway en 1955, dirigida por Elia Kazan y en 1958 fue llevada al cine bajo la dirección de Richard Brooks, con una interpretación de Paul Newman y Elizabeth Taylor que los encumbró mundialmente. Pero esta versión cinematográfica no le gustó nada a Tennessee Williams, quien llegó a pedir su boicot al público. Inútilmente. A ver quien se resistía a los ojos color violeta de Liz y a los azules de Paul. En 1975 Williams hizo los cambios en el texto que veinte años antes no había permitido la censura, cambios que suprimirían no pocos tabúes sexuales e ideológicos.
Esta es la versión de La Gata que hoy se estrena en Madrid, por segunda vez en el Reina Victoria. Otras grandes damas de la escena española que han dado vida a la valiente Maggie, además de Carmen Elías han sido Aurora Bautista, María José Goyanes y Aitana Sánchez-Gijón. Fuera de España, Elizabeth Ashley, Kathleen Turner y Ashley Judd entre otras.
Como en casi todas sus obras la acción se sitúa en el profundo sur estadounidense, de donde procedía Williams, en un ambiente cerrado y opresivo, en el que en unas pocas horas, una familia desestructurada, que vive en una apariencia de normalidad, reunida con motivo del setenta cumpleaños del abuelo en la casa familiar, es llevada por acontecimientos que van aflorando a lo largo de la acción a una auténtica catarsis. La desafección, el desprecio, la ambición, la codicia, la sensualidad, la mentira, la soledad y la homosexualidad, las dos últimas bastante recurrentes por autobiográficas en la obra de Williams.
Dice Amelia Ochandiano que su versión está actualizada a la última que presentó el autor. Pero además está actualizada al siglo XXI y con una contextualización globalizadora. La referencia a su contexto original en Missisipi es la cama como objeto fetiche, y cuyo estilo recuerda otros tiempos y otras geografías. Se echa de menos algún rastro de acento o coloquialismo sureño, tal como aparecen en el texto original del autor y como habitualmente se representa en inglés, respetando el habla de los estados del sur. Aquí, los desencuentros de la familia Pollit pueden situarse en cualquier lugar del mundo.
En una presentación a medios, se vieron dos escenas de la trama. Una escena entre Brick y Maggie del primer acto, en la que ella intenta desesperadamente recuperarle mientras él está ajeno a todo lo que no sea su provisión de whisky.
Y la escena del segundo acto en la que todos los dramatis personae presentan su insostenible modo de relacionarse; discusiones entre Mae y Maggie presididas por el silencio y la indiferencia de Brick, la entrada de los abuelos y el hijo mayor, Gooper, el protagonismo de un informe médico de supuesta buena salud del patriarca que esconde durante un largo momento la dramática realidad. La tarta de cumpleaños que causa el estallido del desamor y desprecio de Big Daddy hacia su mujer…
Los actores cumplieron con la enorme responsabilidad de representar unos personajes que ya han visto tantas excelentes versiones en España, – dejemos la del cine aparte – La valentía que requiere por su parte meterse en la piel y en el alma de esos personajes tan llenos de complejidades y pasiones de todo tipo, cuando quien más quien menos, ya tiene imágenes registradas en su memoria de otras excelentes actuaciones de cuanto sucede en esta obra, una de las más conocidas de Williams.
Hace falta valor, responsabilidad y enorme capacidad actoral para transformarse en Brick, Maggie y los demás… impersonar a un confuso neurótico borracho que se cree responsable del suicidio de un amigo muy íntimo; o a una mujer que defiende con uñas y dientes la complicada continuidad de su pareja, atormentada por el fantasma de la pobreza de su infancia; que lucha contra la codicia de una cuñada que está continuamente acosándola, que tiene que defender unos derechos hereditarios que el propio heredero ignora…
Qué decir de Ana Marzoa, la abuela maltratada, tratando de quitar hierro a las situaciones violentas. Y el abuelo egoísta, prepotente, irascible, que pese a todo prefiere a su complicado hijo menor y su mujer y no soporta a la camada de nietos que le ha dado su hijo mayor, ausentes en la versión teatral, insufribles en la de cine. Hacen falta muchas tablas para vivir en hora y media de representación ese drama sin muertos, que desemboca en una larga conversación catártica entre padre e hijo que los vuelve a ambos del revés. Y el final esperanzador…
Parte de eso ya se vivió en las dos escenas del primer y segundo actos de la performance para los medios. Eloy, Begoña, Juan, Ana, José Luis y Marta desaparecen para dar vida a los miembros de una familia de desesperados por distintos motivos.
- Hasta finales de mayo en el Reina Victoria La gata sobre el tejado de zinc.