Las vanguardias y los vanguardistas

Roberto Cataldi[1]

La vanguardia, es decir, la avanzada de un movimiento ideológico, artístico o literario, siempre despierta expectativas. Toda vanguardia posee cierta provocación y, la meta es imponer un nuevo estilo, modelo o forma de ver el arte o el mundo.

No pocos buscan pertenecer para figurar en una posición expectante y que se los considere adelantados en lo suyo. Pero claro, no faltan los simulacros o el querer vender como nuevo algo que persiste con sus vicios. Ser vanguardista no es sinónimo de ser moderno, tampoco progresista. Están los que se desviven por pertenecer a ese círculo creyendo que eso les asegurará el éxito y la fama. En realidad, a algunos vanguardistas yo los veo más bien en la retaguardia.

A partir del Siglo XVIII el arte y sus instituciones se alzaron contra los poderes y, un artista de la modernidad o un vanguardista revelaba un  profundo desprecio por el éxito comercial, incluso condenaban a la burguesía porque solo le preocupaba ganar dinero. Giles Lipovetsky nos recuerda que el Ethos del artista moderno era la autenticidad y el desinterés, y allí residía el mundo social de la bohemia. Vincent van Goth pintó unos 900 cuadros y realizó más de 1600 dibujos gracias al apoyo económico de Theo, su hermano menor. El pobre Vincent logró vender en vida solo tres cuadros. El reconocimiento vino después de muerto. En la década del 90 uno de sus cuadros se vendió en 82,5 millones de dólares… Dicen que Alberto Giacometti vendía un cuadro para comprar una botella de vino y, en 2015 una escultura suya se subastó en 141,28 millones de dólares…

En las primeras décadas del siglo pasado muchos intelectuales acompañaron el arte del compromiso social y la militancia política, y rechazaron “el arte por el arte”. En la renovación estética se buscaban herramientas que sirviesen para efectivizar la denuncia social frente a la pobreza y la explotación de los obreros sometidos, pero también ante el peligroso avance de los nacionalismos en ciernes. Entonces cundían los presagios del mundo que se avecinaba y de la estética que lo representaría. Se cuestionaba el arte académico y se impugnaba a las academias.

Las vanguardias de principios del Siglo XX fueron decididamente combativas, ejercieron una dura crítica y, todavía queda algo de esa imagen flotando. El arte del compromiso político no ha cesado, aunque estaría muy debilitado, incluso algunos quieren verlo sepultado. Hubo escritores que lucharon no tanto para crear una nueva literatura sino para dar nacimiento a una nueva sociedad, que fuese más libre, justa y humanitaria. Las vanguardias de entreguerras no pudieron evitar el ascenso de los totalitarismos que tuvieron su epicentro en Europa. La tendencia a considerar las vanguardias como cosa de jóvenes es un prejuicio. Dicen que Vladimir Nabokov ni siquiera siendo septuagenario jamás dejó de ser un joven vanguardista.

El desarrollo avasallante de la ciencia y la técnica amplió el caudal de conocimientos de manera increíble, claro que a un precio muy alto. Así se contaminaron los recursos naturales como el espacio, el aire y el agua, se inventaron armas de destrucción masiva, la población aumentó descontroladamente, aparecieron más hambrunas y miserias, a la vez que emergieron renovados sistemas de control, dominación y desigualdad social.

Cuando los expertos e intelectuales cercanos al poder desde la torre o atalaya  divisan conflictos o intuyen que ciertas declaraciones pueden ser riesgosas, rápidamente dan la alarma a sus amos como buenas cortesanas que son. Al respecto, no es casual que la publicación de un libro llegue a generar un escándalo y se decida confiscar la edición. ¿Pero si tan sólo son unas páginas a lo sumo bien escritas? ¿Qué sentido tiene ocuparse de un escritor que se gana la vida escribiendo porque no sabe hacer otra cosa? ¿Para qué darle una publicidad que nunca soñó tener? ¿Cuál es el poder de su palabra?

En realidad, el peligro está en el lector,  quien a través del libro establece un diálogo con el autor. En efecto, ese escritor tuvo la habilidad de llamar la atención, de poner en marcha la racionalidad del alma humana y, no hay duda que existen despertares peligrosos. Justamente a esos “despertares” le teme el sistema. Algo similar puede suceder con una película, una pintura o una canción que nos sacuda la modorra. Por eso a los gobiernos totalitarios les preocupa la cultura, mientras los gobiernos formalmente democráticos tienen a la cultura en el desván y la sacan a pasear los días festivos.

gustave-flaubert-circa-1860-carte-de-visite-portrait-by-etienne-carjat Las vanguardias y los vanguardistas
Gustave Flauber por Étienne Carjat

En 1857 demandaron a Flaubert por Madame Bovary y unos meses después a Baudelaire por Las Flores del Mal. Ambos tuvieron que comparecer ante los tribunales de París. El problema era que estas obras resultaban ofensivas para la moral pública y la moral religiosa. La sociedad de la época no estaba dispuesta a tolerar la obscenidad, ya que la lectura de esas obras podía torcer el rumbo de las jóvenes a quienes era necesario proteger (o tal vez someter). Baudelaire fue absuelto pero a Flaubert lo condenaron. Es curioso, se absolvió al novelista y se condenó al poeta, quizá porque la ficción está íntimamente ligada a la mentira y la poesía no. Estas dos obras inauguraron la literatura moderna, con una nueva forma de mirar, de sentir, de relacionar la literatura con la sociedad, de poner a la angustia en el centro de la vida y, finalmente, de tener que reconocer la autonomía del arte, una autonomía que luego fue combatida por los nacionalismos que surgieron durante el Siglo XX. Las ideologías clausuran el libre discurrir del pensamiento, son sistemas cerrados cuyas ideas se consideran principios inalienables y verdaderos que no admiten cuestionamientos. Y es válido tanto para las derechas como las izquierdas, cuyos comisarios culturales castigan las desviaciones.

En la Antigüedad y el Medioevo la vida humana valía muy poco; tengo la impresión que en nuestros días no vale mucho más. Claro, depende de qué vidas se trata. La pérdida de una vida pasa inadvertida como sucede con la gran mayoría de los seres humanos, o por el contrario alcanza una trascendencia insospechada en un ídolo de la canción, una estrella del deporte o un político notable. El asesinato de Francisco Fernando en Sarajevo fue el justificativo de Austria para declararle la guerra a Serbia. Las potencias europeas entablaron una lucha armada que cobró diecisiete millones de vidas humanas (no existen fuentes fiables, el número solo es aproximativo). Es curioso, una sola muerte habría justificado la muerte de diecisiete millones de seres humanos (…). Todo esto me resulta tan absurdo, aunque no tengo dudas que las condiciones estaban dadas para que el conflicto estallase con o sin el asesinato del archiduque. Paul Léautaud solía decir: “Los hombres elevan a altares a quienes los han conducido a la carnicería”.

La discusión entre los que sostienen que la vida es el valor supremo y los que piensan que por encima de ella existen otros valores, culmina en un callejón sin salida. Es la disputa entre materialistas y espiritualistas. Las estadísticas, legitimadoras de la ciencia, demuestran que en el mundo cada día se pierden miles y miles de vidas por causa del hambre, las enfermedades, los accidentes de tránsito, las catástrofes naturales –cada vez menos naturales-, y por supuesto la guerra, madre indiscutible de todas las desgracias.

Los habitantes de Occidente tenemos una forma peculiar de vernos, pues, acomodamos la naturaleza como lo hacían los antiguos pensadores cristianos y nos ubicamos en la cima. Ya sé que no somos los únicos, también sucede con los pueblos de Oriente. Después de 1945, la Guerra Fría, las narrativas de entonces y el cine de Hollywood, se construyó un Occidente impostado, pero tras la desaparición de la URSS y la desclasificación de sus papeles secretos hubo que empezar a sincerarse.

El vencedor suele escribir la historia acomodando el relato a sus intereses, sin advertir que la historia nunca termina cuando el vencedor lo decide. No soy afecto a las hipótesis contrafácticas, pero qué habría sido de Occidente sin la resistencia soviética que derrotó al nazismo. Cuando Alemania advirtió que no podría con la Madre Rusia, comenzó a considerar seriamente la posibilidad de perder la guerra, por eso algunos opinan que el comunismo salvó  la democracia occidental.

Estando en Moscú me comentaban que Rusia siempre salvaba a Europa: primero la salvó de los mongoles, luego de Napoleón, después de Hitler, y ahora la salvará del ISIS…

En fin, para los estructuralistas el hombre necesita organizar su mundo, no le interesa la verdad sino tener una visión que le satisfaga y, la estructura social no es más que un esquema mental común a un reducido grupo humano. El conservadurismo jamás creyó en la libertad de los otros, pero obligado a participar del juego democrático se las ingenia para mantener la desigualdad y justificar la sumisión. La Ilustración habría sido obra de individuos endemoniados y el desmantelamiento del Estado de Bienestar no tendría alternativas. Sartre decía que durante la ocupación nazi cada acción u omisión individual, cada pensamiento, palabra o pequeña resistencia, relacionaba a los franceses con la responsabilidad que tenían para con los suyos, y que la relación entre nuestra libertad y la de los otros es la esencia misma de la condición humana, que por cierto la ocupación puso al descubierto, de allí nació su célebre y desgarradora frase: “Nunca habíamos sido tan libres como lo fuimos bajo la ocupación alemana”

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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