Jeremi Suri[1]
Las protestas en los campus que se extendieron a universidades de todas partes de Estados Unidos no tienen tanto que ver con la guerra entre Israel y Hamás, a pesar de la acalorada retórica en torno al tema. La mayoría de los estudiantes que protestan saben poco sobre el conflicto, su historia y sus ramificaciones en la política internacional.
Pocos de ellos tenían una profunda preocupación por la cuestión antes del horrible ataque de Hamás contra israelíes el 7 de octubre de 2023 y la consiguiente respuesta militarista del gobierno de Israel. Lo que motiva las protestas son dos dinámicas históricas muy anteriores al momento actual: el aislamiento y la radicalización.
Los estudiantes universitarios de Estados Unidos y de otros países están más distanciados de las generaciones anteriores que sus mayores. Los cruciales años de su desarrollo social y emocional se vieron distorsionados por la pandemia de la COVID-19, la que les obligó a tener una conexión digital en lugar de presencial.
Crearon vínculos con otros jóvenes en circunstancias similares, pero no entablaron relaciones con profesores, entrenadores, empleadores u otros mentores adultos. Muchos se sienten solos y abandonados.
Y el deseo colectivo en tantas sociedades de olvidar la COVID-19 significa que no pueden hablar de cómo les afectó. La negación de su realidad por parte de la mayoría de los adultos hace que los estudiantes se vuelvan cínicos. Lo veo en mis propios alumnos, quienes tienen talento, pero en cierta forma han perdido la esperanza.
Bajo ataque
El cinismo y la desesperanza sembraron la ira (y a veces la violencia) porque los estudiantes con dificultades se sienten frecuentemente atacados por dirigentes políticos en Estados Unidos. Como ya he escrito en otro artículo, el (opositor) Partido Republicano lanzó una guerra contra las universidades desde hace al menos una década.
Funcionarios elegidos como el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, la representante Elise Stefanik, el senador Ted Cruz, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, y el gobernador de Texas, Greg Abbott, atacaron al cuerpo docente y a los estudiantes por perseguir la justicia racial y de género, por exigir la condonación de los exorbitantes préstamos para estudiantes y por buscar el acceso a abortos seguros.
Las posiciones políticas republicanas van en contra de las opiniones de la gran mayoría de los estudiantes universitarios.
Por esa razón, los republicanos de todo Estados Unidos crean barreras a la participación política de los jóvenes; simplemente no quieren que voten, y cuando votan, a menudo los republicanos los acusan de «fraude». Hay notorios ejemplos obvios de supresión de votantes.
Estados como Florida y Texas exigen a los votantes que se registren con un mes de antelación y presenten una constancia de domicilio permanente, lo que a menudo es difícil de documentar para los estudiantes. Estos y otros estados también sitúan los centros de votación más cerca de los votantes de más edad, y más lejos de las universidades y de las zonas residenciales céntricas.
La manipulación electoral significa que las zonas rurales con votantes de más edad están sobrerrepresentadas, mientras que las zonas urbanas densas con votantes más jóvenes están subrepresentadas. Y los republicanos de Estados Unidos tratan de limitar el voto anticipado y en ausencia, opciones flexibles valoradas por los jóvenes que trabajan y estudian a tiempo completo.
El alejamiento de dirigentes republicanos contribuye a la desconfianza generalizada que los estudiantes tienen hacia las autoridades universitarias, las que, con frecuencia, ceden a las presiones de los republicanos (como ocurrió con el despido de las presidentas de Harvard y de la Universidad de Pensilvania) o a las exigencias de los donantes alineados con los republicanos. Los estudiantes culpan casi totalmente a las autoridades universitarias de ceder ante los intereses que atropellan y privan de sus derechos a ciudadanos jóvenes y formados.
Por desgracia, el (gobernante) Partido Demócrata tampoco ha conseguido atraer el apoyo de los jóvenes. Para los demócratas, el problema no son las posiciones ofensivas, sino una estructura de partido dominada por políticos mayores y tradicionales. Son aburridos para los jóvenes, carecen de cualquier conexión con su mundo, y parecen tener demasiado en juego y carecer de principios.
En el caso del presidente Biden, los estudiantes ven a un hombre decente, pero mayor, que es más un operador político que un líder moral en las cuestiones que les importan, como el cambio climático, la justicia social y el humanismo.
Un sentimiento de desamparo
Ahí es donde la guerra entre Israel y Hamás influye con tanta urgencia en las protestas. A pesar de la extrema violencia y el sufrimiento en Medio Oriente, muchos universitarios ven que se mantiene de forma consistente el apoyo de Estados Unidos a Israel, con pocas condiciones, lo que les causa frustración.
¿Por qué un presidente demócrata no es capaz de ejercer más influencia para cambiar el comportamiento del gobierno israelí en (el territorio palestino de) Gaza, donde actualmente los civiles mueren de hambre?
¿Por qué un presidente demócrata no es capaz de presionar a los aliados árabes, especialmente a Egipto y Arabia Saudita, para que ayuden a los civiles?
Para los estudiantes que no aprecian las complejidades de la política exterior, la Casa Blanca parece estar jugando a un viejo juego en un mundo con nuevos y urgentes problemas.
Entre republicanos y demócratas -las dos únicas opciones del sistema político estadounidense-, los jóvenes se sienten desamparados. Se han radicalizado porque creen que deben encontrar nuevas formas de sortear a los partidos y expresar sus reivindicaciones. Las protestas universitarias son hoy, como en los años sesenta, una forma de oposición extra política.
Los estudiantes quieren dejar de lado a los republicanos y obligar a los demócratas a moverse hacia la izquierda. Los argumentos a favor de la «desinversión» son esfuerzos por reducir el poder de los bancos y los intereses financieros en el Partido Demócrata y devolver la influencia a los ciudadanos de a pie.
Las demandas de abandonar el apoyo a Israel forman parte de una agenda para alejar la política exterior estadounidense de los aliados tradicionales y de la realpolitik.
Trágicamente, el impulso radical se manifiesta con frecuencia como antisemitismo, lo cual es censurable. En su ingenuidad, muchos de los manifestantes del campus ven a los judíos estadounidenses como un elemento central de la corriente dominante del Partido Demócrata y, por tanto, una fuente de resistencia del partido a sus impulsos más progresistas.
Los vínculos de larga data de Biden con Israel parecen corroborar este punto de vista erróneo. Los judíos parecen ser los poderosos en Washington y Jerusalén y, por tanto, son los culpables, según los manifestantes, de frenar el cambio que los jóvenes desean con tanta desesperación. Los estudiantes suelen articular este juicio con un lenguaje personal, ofensivo y amenazador contra todos los judíos.
Los judíos liberales y conservadores se rebelan ante lo que consideran antisemitismo universitario. Los republicanos aprovechan el antisemitismo de los manifestantes para condenar, una vez más, a los estudiantes y a las universidades en su conjunto.
Presionan a las autoridades universitarias para que empleen la fuerza contra los manifestantes y ensalzan la valentía de los agentes de policía que disuelven los campamentos estudiantiles.
Las medidas represivas conducen a un mayor alejamiento y radicalización de los estudiantes, y el ciclo de protestas y reacciones avanza en espiral que asciende hacia más ira, antisemitismo y violencia.
Para los historiadores, todo esto resulta muy familiar. Los ciclos de protesta y reacción son habituales en momentos, como el actual, en que las condiciones básicas para los integrantes educados y en ascenso de la sociedad no coinciden con las instituciones establecidas de poder e influencia. Los jóvenes se sienten excluidos, no representados y atrapados.
Creen que sólo pueden cambiar las cosas desafiando a las instituciones. Y eso es lo que están haciendo. Las figuras más antiguas y establecidas de la sociedad podrán simpatizar a veces, pero siguen aferrándose a las instituciones existentes, se resisten a las grandes reformas y, en última instancia, llaman a la policía.
El ciclo sólo se rompe cuando una nueva generación accede al poder y emprende verdaderas reformas, como ocurrió en numerosas sociedades después de los años sesenta, con el fin de la guerra de Vietnam y el auge de la distensión y la Ostpolitik.
Hoy necesitamos reformas comparables en la política y el poder. No podemos volver atrás hasta antes de la COVID-19 o del 7 de octubre.
- Jeremi Suri ocupa la Cátedra Mack Brown de Liderazgo en Asuntos Mundiales en la Universidad de Texas, en Austin. Es profesor del Departamento de Historia de la Universidad y de la Escuela LBJ de Asuntos Públicos. El profesor Suri es autor y editor de varios libros, los más recientes: La guerra civil por otros medios: America\’s Long and Unfinished Fight for Democracy.
- Fuente: International Politics and Society (IPS)-Journal, publicado por la Unidad de Análisis Político Internacional de la Friedrich-Ebert-Stiftung