Un toque de dignidad

Roberto Cataldi[1]

Un domingo de otoño europeo, estábamos con mi mujer en el Café Slavia de Praga, capital de Bohemia, donde Rainer María Rilke acostumbraba concurrir en época del imperio austrohúngaro.

Era una tarde apacible y el salón estaba atiborrado de gente que hablaba en diferentes idiomas mientras los camareros trajinaban con sus bandejas, pero el bullicio no lograba ocultar la música clásica y de película que ejecutaba al piano un hombre mayor vestido de smoking. Cuando finalizó el pianista nos percatamos que nosotros éramos los únicos que le aplaudían, luego tres o cuatro nos imitaron, no sé si por condescendencia con el artista, pero lo cierto es que la gente seguía en lo suyo. Entonces me vino a la mente la obra “A scandal in Bohemia”, de Arthur Conan Doyle, donde Holmes le dice a Watson: “You see, but you do not observe”. Para Sherlock Holmes, Watson ve pero no observa, y pienso que esto sucede con las mayorías.

Juan Sebastián Bach ha sido probablemente el mejor compositor musical del que tengamos noticia y, curiosamente, muy poco sabemos de él, al punto que de su vida privada sabemos mucho menos que la de cualquier otro compositor notable de los últimos cuatro siglos. Dicen que Bach componía los domingos y los días festivos, y que su trabajo estaba destinado a los vecinos. El genio de Bach, a diferencia de muchos personajes de la actualidad, incluyendo políticos, intelectuales, deportistas, modelos, influencers, y otros individuos del parque temático mediático, perdura por lo que hizo, por lo que generosamente nos legó, no por lo que dijo o aparentó ser.

La soberbia, uno de los siete pecados capitales, siempre acechó a los intelectuales, sobre todo cuando se dirigen a la audiencia desde las alturas del Olimpo. Hay quien piensa que solo buscan la auto-legitimación para arrogarse un poder del que carecen. Los británicos siempre fueron hostiles con los intelectuales, y no faltan los que vinculan esta actitud a cierta animosidad por los extranjeros. Probablemente la fuente de este fastidio sea la Revolución Francesa, cuyos intelectuales trataron de reconstruir la sociedad en función de principios racionales y abstractos. La crítica inglesa siempre tildó de soñadores a estos franceses, cuando no de petulantes, pues, habrían convertido a una nación en laboratorio de abominables experimentos. Los británicos en cambio son pragmáticos por naturaleza, confían en la costumbre, el instinto, los precedentes, las reformas graduales y, sobre todo, el sentido común, aunque últimamente los veo muy desorientados, bástenos con observar lo que sucede con el Brexit.

La Ilustración puso toda su energía en la educación, creyendo que bastaba la promoción de ésta para solucionar todos los problemas. Los que impulsaron  la utopía ilustrada de la educación no consideraron otras facetas del problema social, otras realidades que también eran determinantes, y así llegamos al siglo actual con gente que tiene un alto nivel educativo pero que no logra iluminar aquellos problemas que son acuciantes para el hombre de la calle. Las elites del Siglo XVIII solo veían su propia realidad e ignoraban aquello que no les interesaba. La situación no ha variado mucho y la barbarie no desapareció con las luces como algunos creían.

En las discusiones entre intelectuales, donde a menudo se esconden las ansias de poder, la búsqueda de notoriedad, los deseos de gloria, y ciertas mezquindades, surgen las pasiones, divorciadas del saber racional así como de la opinión mesurada y justa. Muchas veces las discusiones terminan en agravios personales. Paralelo a este fenómeno con el que se regodean los medios, ya que el escándalo es rentable y forma parte de la agenda setting, están las guerras silenciosas, que me parecen más temibles.

Maquiavelo, quien conoció la cárcel y la tortura, fue un intelectual de fuste, incomprendido en su época y también en nuestros días. Todo el mundo menciona el nombre del florentino y no precisamente para elogiarlo, incluso se recurre al calificativo “maquiavélico” para significar que se trata de una persona astuta y retorcida, de conducta maliciosa. ¿Cuántos lo leyeron? Intuyo que muchos menos de los que lo invocan, comenzando por los que adoptaron a la política como profesión y medio de vida. Al autor de El Príncipe se lo considera un maestro en el arte de dar a entender lo contrario de lo que se siente y, se lo condena como si hubiera sido un transgresor de la moral de la época en provecho propio. Si algo está claro es que Maquiavelo siempre tuvo la intención de proteger a su amada ciudad, Florencia, y actuó en consecuencia con ese objetivo, más allá de los problemas que tuvo con los Medici, Savonarola, el papa Alejandro VI y su hijo César Borgia, entre otros personajes que precisamente no eran santos inocentes. Tal vez no se le perdone haber sido el primer intelectual en vislumbrar que la política y la ética no transitan por el mismo camino…

Hace unos días conversaba con un amigo sobre la famosa “Tregua de Navidad” de 1914, de la que existe una prolífica narrativa. En efecto, en el frente occidental durante la Gran Guerra, en la víspera de Navidad, las tropas alemanas decoraron sus trincheras y cantaron villancicos, a su vez en las trincheras del otro lado los soldados británicos cantaron los mismos villancicos pero en inglés. En un momento ambos bandos se encontraron cara a cara para intercambiar saludos, whisky, cigarrillos, mientras la artillería permanecía silente. Esta tregua espontánea permitió recuperar los cadáveres y darles sepultura. Las crónicas dicen que también se jugó al fútbol. Pero esta forma de confraternizar con el enemigo a espaldas del mando alemán y del mando británico encendió las alarmas. Inmediatamente se ordenó la rotación de las tropas para borrar el mal ejemplo y asegurarse de que jamás volviese a ser traicionada la patria, y en los años subsiguientes se ordenaron bombardeos en la víspera de esa fecha, aunque dicen que durante la Pascua de 1916 hubo una tregua similar en el frente oriental. Varios años después, antes de que Hitler llegase al poder, el pueblo alemán sentía que le habían arrebatado su dignidad. Y Hitler supo aprovechar la oportunidad, le dio a Alemania lo que ésta reclamaba. Claro que los tiempos cambian, al igual que los actores y el reclamo de las sociedades. Ya no están Hitler, Mussolini ni Stalin para jaquear la libertad, la democracia y la dignidad de los pueblos, de esa tarea hoy se encargan Trump, Xi Jinping, Putín y otros gobernantes autoritarios.

En estos días se conmemora el centenario de la Bauhaus, aquella escuela de artes visuales que apostaba firmemente a la creación libre, al diálogo interdisciplinario y la experimentación para transformar la sociedad por medio de la enseñanza artística. La Bauhaus motivaba a sus alumnos para que expresaran su creatividad personal a través de la práctica y el trabajo manual. En 1932 la escuela debió cerrar sus puertas por la persecución nazi pero su filosofía se extendió a otras instituciones más allá de las fronteras. También en estos días los medios consignan el cierre de Les Temps Modernes, la mítica revista fundada por Jean Paul Sartre en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial. La revista, como se ha dicho, fue la incubadora del existencialismo, tuvo una firme posición contra el colonialismo, y según Sartre su intención era influir en la sociedad.

claude-levi-strauss Un toque de dignidad
Claude Lévi-Strauss

A lo largo de mi vida he visto gente sin mayor ilustración o estudios, e incluso algunos que prácticamente vivían en la indigencia material, cometer actos realmente dignos, que me asombraron. De la misma manera que sé de individuos que alcanzaron las más altas dignidades, que recibieron premios, honores y todo tipo de distinciones, pero que en su vida privada cobijaron la más abyecta miseria moral. No tengo duda que una persona que no se hace valer como tal, que no se respeta a sí misma ni respeta a los demás, carece de dignidad. Y pienso que la dignidad es como la virginidad, una vez perdida ya no se recupera.

Confieso que a la luz de los hechos actuales me genera duda lo que Jacques Maritain pensaba sobre la dignidad humana cuando sostenía que lo más noble y perfecto de la naturaleza es la persona. En cambio coincido con Claude Lévi-Strauss, quien en su crítica al humanismo decía que éste no había servido para impedir los actos monstruosos de nuestra generación  y que encontró las excusas para justificar toda clase de horrores.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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