En 1971 cayó en mis manos un libro deslumbrante sobre la cultura hippie y la contracultura de los movimientos antisistema de la época, las comunas, el ecologismo, los festivales y macroconciertos, las sectas místicas y el consumo de alucinógenos. Su título, «Diario de California» (Editorial Fundamentos), recogía las experiencias vividas por el filósofo y escritor Edgar Morin en el epicentro de aquel movimiento que influyó de manera determinante en la evolución del pensamiento y la cultura de la segunda mitad del siglo veinte.
Edgar Morin cumple cien años el día 8 de este mes de julio dd 2021 en plenas facultades intelectuales, escribiendo, publicando (acaba de salir «Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia». Paidós) y participando en las redes sociales. Hace unas semanas, en su cuenta de twitter escribía, citando a Cervantes: «Je vis du désir que j’ai de vivre». Y en otro de sus twits: «La barque de Caron se rapproche de moi».
Antropólogo, filósofo, sociólogo de la modernidad, comunicólogo, director de revistas de pensamiento como «Arguments» y «Communications»… Edgar Morín se sitúa por méritos propios en la estela de Sartre, Barthes, Althuser, Lacan, Marcuse, Lévi-Strauss y otros grandes pensadores franceses del siglo.
Su primer libro, «El año cero de Alemania» planteaba el destino de una comunidad a raíz de la crisis concreta de un país después de la Segunda Guerra Mundial. En «El hombre y la muerte» se centra en el análisis de una antropología de la humanidad desde el punto de vista de la cultura. Sobre el fenómeno cultural, Morin piensa que el gran problema que surge cuando nos llega una potente cultura desde el exterior es saber si se va a asimilar o si vamos a ser asimilados por ella. Su apuesta por la educación la ha expuesto en «Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación» (2014), donde lamenta que la escuela y la universidad estén cada vez más condicionadas por la tecnoeconomía de políticos, empresarios y mercados.
En una primera fase el trabajo de Edgar Morin se dedicó a la investigación social y al análisis de la vida cultural contemporánea. Su ruptura con el partido comunista en 1951 (había sido un miembro destacado de la resistencia francesa) le acarreó una cierta marginalidad y le llevó a fijar su atención en el estudio de fenómenos cercanos a la cultura de masas, como las vacaciones, el turismo, los medios de comunicación, la música de los jóvenes («El espíritu del tiempo») o el cine («Las stars», «El cine o el hombre imaginario»), un medio que considera como el vehículo por excelencia de la mitogénesis contemporánea.
Sobre el Mayo del 68 escribió un lúcido análisis, «Mayo 68: la brecha». En los años sesenta entró a formar parte del prestigioso Centro de Estudios de Comunicaciones de Masa y en los setenta, a partir de su estancia en el Instituto Salk de Estudios Biológicos de La Jolla en California, sus preocupaciones se centraron en la teoría y la epistemología, temas que expuso en sus obras «El paradigma perdido: la naturaleza humana» y en los cinco volúmenes de «El método».
En los años ochenta fue nombrado director del Centro Nacional para la Investigación Científica y codirector del Centro de Estudios Transdisciplinares de Francia, desde donde elaboró una idea de Europa que rechaza el concepto de uniformidad creado alrededor de unos cuantos mitos del pasado, cuando la tradición europea, dice, es también de opresión, de guerras y de destrucción de otras culturas.
Para Edgar Morin la historia de Occidente es la historia del diálogo entre culturas, a menudo un diálogo violento. Esta idea está expuesta con brillantez en su libro «Penser l’Europe».
Escritor prolífico y conferenciante en los cinco continentes, Edgar Morin estuvo presente con frecuencia en los debates del siglo a través de ponencias, ensayos y en sus apreciados artículos en el diario francés «Le Monde».