Vinos de la Alsacia (1). La vuelta al mundo en 80 vinos/7

Debo al Ministère du Commerce Exterieur et la Francophonie la invitación a un par de viajes inolvidables de rutas por Francia en mi época de director de la revista FOTO. Uno de ellos fue para celebrar en 1989 el 150 aniversario del anuncio de la invención de la fotografía. Anfitriona fue la asociación francesa de la industria fotográfica; invitada de honor, la homónima alemana; invitados, una decena de periodistas europeos, un servidor por España.

No cabría mejor escenario de celebración para sellar la legendaria rivalidad franco-alemana, también en la industria fotográfica, que la Alsacia, el departamento en el pico nordeste de Francia que, tras haber sido objeto de conflictos y disputas continuas entre Francia y Alemania y cambiado sucesivamente de soberanía, impulsó el nacimiento de la Unión Europea.

Algo ha tenido que ver en este esplendoroso terroir del vino la barrera natural de los vientos atlánticos que forma la cordillera de los Vosgos, una climatología con la pluviometría más débil de Francia en un territorio soleado y seco con una variada geología de libro -un genuino mosaico de suelos de granito, caliza, gneiss, esquistos y arenisca- para que en la Alsacia, además de símbolo de la paz y la unión política del Continente, se den los vinos blancos probablemente más excelsos del mundo mundial.

Desde Mulhouse, la Cité de l’Automobile con su imponente museo nacional de coches que alberga, entre muchas otras marcas, la serie completa de los míticos Hispano-Suiza, el viñedo alsaciano se extiende a lo largo de unos 100 kilómetros de sur a norte hasta Estrasburgo, sede del mayor número de importantes instituciones y organismos internacionales de la UE. Son unas 15.000 hectáreas de producción vitivinícola a cargo de unos 6.000 viticultores en unas 1.000 bodegas que producen unos 120 millones de litros de vino al año.

La ciudad medieval de Colmar, en el centro de la Alsacia, es la capital del vino. Allí nació en 1834 Fréderic Auguste Bertholdi, el creador de la archifamosa Estatua de la Libertad de la ciudad de Nueva York. Quién sabe si lo que le pidiera el cuerpo habría sido crear, después de la estatua que enarbola la antorcha “La Libertad iluminando el mundo” en la puerta de las Américas, una segunda estatua en la Vieja Europa alzando una copa de vino pongamos en el Monte de San Pedro en A Coruña a cuyo pie en Riazor estoy escribiendo este artículo, con la leyenda “El mundo brindando por la libertad”.

Mientras tanto, lo que cuenta de Colmar es la tempranera fiesta del vino, la Foire aux Vins d’Alsace que este año se celebra del 9 al 18 de agosto con el irresistible lema de La fête des 5 sens. Le festival de l’été. No me fío de mis informadores, y ellos lo saben, pues lo suyo es decir cada año que la cosecha será “muy buena”, cuando no “excelente”, pero lo que en todo caso cabe anunciar es que un año más los vinos blancos de la Alsacia seguirán a la cabeza en el firmamento de los vinos blancos.

De las peculiaridades de las distintas uvas alsacianas -riesling, pinot (noir, gris y blanc), gewürtzraminer, sylvaner y muscat nos ocuparemos en el próximo artículo. Ahora, con el permiso de ustedes, he de acudir a una amigable cita de crisis en la que degustaremos unos albariños cosecheros.

En Colmar, con esto de la crisis, atrévanse a pedir un edelzwicker. Es un assemblage de las variedades alsacianas menos selectas (sylvaner, chasselas, etc…), pero es un vino “barato y fácil” y yo añadiría que “con su asunto”.

¡Que no se entere Herr Merkel de que nos gusta el vino!

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