Ruido de buen vino

Al triángulo de parámetros de la experiencia gastronómica –textura, temperatura, gusto– y los dos corolarios que encierra –olfato, vista–, le queda un quinto sentido –el oído– por incluir y ningún otro producto mejor que el vino para representarlo.

El vino y el oído. El ruido. Dicen los cánones que el ruido que debe hacer el corcho al salir de la botella se ha de parecer más a un suspiro que a un espectáculo de fuegos artificiales.

Eso para empezar.

Luego viene el segundo paso litúrgico y es ese sonido profundo, misterioso, redondo y poético, “como una atmósfera de Velázquez”, leo en una bitácora en una red social, “que suele pasar inadvertido porque aventura algo más esperado y deseado”.

Es el sacrosanto gorgoteo del vino cuando avanza por el cuello de la botella y cae por el embudo de cristal –noble, por supuesto– en la jarra decantadora, preferentemente de base cilíndrica, ni muy ancha ni muy estrecha.

Cuando tras la decantación es escanciado el vino en la copa, los mismos ángeles del cielo dejan de tocar el arpa y los violines y es que la esencia del material del que está construida la gloria ha bajado a la copa.

Silencio, se brinda.

(Extracto de “Pradorey: ruido de buen vino”, alocución del autor en el acto de entrega de premios del I Concurso de Fotografía PradoRey celebrado en Rueda el 19 de febrero de 2010. Publicado en Periodistas en Español, 23 de febrero de 2010. Publicado también en el semanario comarcal Canfali Marina Alta, Dénia,  el 26 de febrero de 2010).

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